Que no se olvide

marga tierra nuestra. Nos hemos quedado sin palabras para enterrar a tantos muertos. Cerca de treinta mil según cifras oficiales, más de cincuenta mil si sumamos a los ancianos a los que se ha dejado morir solos y sin consuelo en las residencias de mayores. A ellos se refería un informe de Médicos Sin Fronteras denunciando el desamparo en el que habían fallecido.
Una denuncia sobre la que han pasado de puntillas los medios oficiales pese a tratarse de una hecatombe que reclama justicia. O cuando menos memoria en recuerdo de la generación que tanto sufrió levantando la España rota tras la Guerra Civil. A ellos que les debemos la Seguridad Social y los hospitales de la sanidad pública- más de cuarenta años pagando cuotas- les hemos dejado en la cuneta. Les hemos dejado morir solos, ahogándose por falta de respiradores. Porque los viejos no tenían prioridad en los triajes.
Creíamos tener la mejor sanidad pública del mundo pero no había suficientes respiradores ni camas libres en las Unidades de Cuidados intensivos porque faltaban recursos en el sector sanitario. Faltaban camas y UCI pero sobraban ministerios. Nada menos que 22. Con otras tantas secretarias de Estado y asesores y directores generales. Faltaron camas en los hospitales, faltaron los test y las mascarillas pero durante los días álgidos de los contagios sobró la desinformación cuando no directamente las falsedades por parte de algunos de los responsables políticos de la gestión de la pandemia.
En el inicio de pandemia minusvaloraron los informes de la OMS y de otras instancias sanitarias que alertaban acerca de la contagiosidad del virus importado de China. Después, ante la magnitud del drama, la propaganda intentó apaciguar la indignación de la gente. Llegaron a traspasar la línea roja que defiende y separa la libertad de información de la censura. “Minimizar la desafección que provoca la mala gestión del Gobierno”, era el eufemismo empleado. Vivir para ver.
Después de tanta demagogia populista , al final, el gran proyecto reformador era esto: un Gobierno desbordado por la falta de competencia de algunos de sus ministros y la ausencia de experiencia gestora de muchos de sus colaboradores. Y lo peor es que quien tiene la responsabilidad política de todo el conjunto presume de qué España ha sido pionera a la hora de combatir la pandemia y, pese a los rebrotes que se cuentan por decenas, decidió lavarse las manos endosando la gestión de la crisis sanitaria a las comunidades autónomas. Estas cosas no deberíamos olvidarlas. 

Que no se olvide

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