En modo electoral

e nuevo un asunto europeo, como antes ocurrió con el problema migratorio, convirtió el Congreso de los Diputados (“templo de los eufemismos”, según el ultraderechista Abascal) en un pretexto de pedradas domésticas de ida y vuelta.
Pies en el hemiciclo y la cabeza en las urnas. El propio presidente en funciones alfombró el terreno al proponer el caso “Brexit” como paradigma de la ingobernabilidad en el Reino Unido: “Hemos de evitar que aquí ocurra lo mismo”. Inútil. Todos entraron al trapo. Los más interesados, como el PSOE y el PP, y los menos, como los partidos-escolta (UP, Cs y Vox), aunque tampoco quisieron quedarse atrás.
Ya el líder del principal partido de la oposición, Pablo Casado, empezó acusando a Sánchez de “no dar la talla”. Siguió Albert Rivera, calificándole de “fake”, mientras que Iglesias se esmeraba en sus ritos de apareamiento (“Le vuelvo a tender la mano”, dijo mirando al presidente) y los independentistas catalanes (solo el PDdeCat, por ausencia de ERC) se limitaron a repetir su discurso único contra la España represora.
Las tres derechas hablaron casi con una sola voz sobre la supuesta desidia del Gobierno frente al plan disgregador de los enemigos de España. Tanto Casado como Rivera propusieron denunciar la condescendencia europea con los movimientos del “delincuente” Puigdemont. “La euroorden es un cachondeo”, dijo el líder de Ciudadanos, dispuesto a hablar con Sánchez de cómo aplicar de nuevo el artículo 155 si Torra no retira su amenaza de desacato a una sentencia condenatoria por el “judici”.
Todos los partidos se han puesto ya en modo electoral, pues las cartas están echadas para volver a las urnas el 10 de noviembre y la última palabra de Sánchez (“no es no” al gobierno de coalición reclamado por Iglesias) es inamovible. Así lo ve Iglesias, que no se privó en advertir a Sánchez. Puestos a hacer paralelismos con la política europea, le puede ocurrir lo que a Salvini, que quiso precipitar unas elecciones sobre la base de unos apoyos que en realidad no tenía y ahora está fuera del Ejecutivo.
Sin embargo, tanto Iglesias como Sánchez, casi con las mismas palabras, volvieron a insistir en su voluntad de evitar las urnas y seguir apostando por la formación de “un Gobierno estable con base parlamentaria sólida”. “Yo no quiero elecciones”, dijo el presidente en funciones. Pero nadie lo ha creído.
A estas alturas todos hemos percibido que ya están creadas las condiciones para el emplazamiento electoral del 10-N. Eso sí, por culpa de otros, según los guionistas de Moncloa. A saber: Unidas Podemos, por “impedir por cuarta vez” (Lastra dixit) que haya un Gobierno progresista, y los constitucionalistas (PP y Cs), por no abstenerse en una eventual nueva sesión de investidura.  

En modo electoral

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