Siempre queremos lo de los demás

más allá de si mantenemos la distancia de seguridad está la cuestión de nuestra necesidad de invadir el espacio de los demás. Porque lo nuestro ya no es por gusto, es algo patológico. Tenemos carriles diferenciados para caminar, correr, ir en biclicleta y circular con vehículos a motor, pero algo nos impulsa a no usar los que nos corresponden sino los del resto, que siempre nos parecen mejores. A los que caminan parece que no hay nada que les dé más placer que compartir espacio con los corredores; a estos les encanta sentir la emoción de que los ciclistas los esquiven y los que van sobre dos ruedas se creen repartidores de Nueva York desafiando a los coches. Y luego están los que intentan hacerlo bien y acaban desesperados y acortando su recorrido porque no soportan más obstáculos humanos. Se ve que además de carriles hay que habilitar vigilantes que devuelvan al redil a las reses descarriadas.

Siempre queremos lo de los demás

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