Reconstruyendo el guerra civilismo

Como España va bien y no tenemos problemas, algunos políticos entienden que es buen momento para enredarse en tonterías . El vicepresidente macarra  participó el jueves en esa comisión de Reconstrucción de España para sacar su resentida artillería contra los fantasmas del pasado y acusó al diputado Espinosa de querer dar un golpe de estado, al estilo más fiel de su amigo y patrocinador Maduro. 

Entiendo que lo hizo con el permiso de su presidente porque una acusación tan grave hecha por un vicepresidenteo, implica de facto a todo el gobierno y, además, porque nadie salió a desautorizar al bocazas de Iglesias. O eso o hay que reconocer que no tenemos un gobierno si no dos y que van por libre. 

Esa comisión que nace muerta, se supone que debiera de recoger lo mejor de cada grupo para aportarlo al bien común en la búsqueda de soluciones y, en ningún caso, al ensanchamiento de las diferencias que separan a nuestros regidores. Buscaba pelea Iglesias, en la camorra política se encuentra cómodo y se encontró con la educada respuesta del diputado por él ofendido que se limitó a pedir el amparo del presidente de la comisión y, al serle negado, abandonó la sala de reuniones con una última chulería tabernaria del vicepresidente que gritó: “cierre al salir”. Mal lleva el cargo el resentido vicepresidente y peor los escraches que otrora alentaba. Desde su mansión de Galapagar, debidamente custodiada por docenas de guardias civiles, el vicepresidente carga cada día sus bolsillos de gasolina por si puede forzar un fuego que nos debilite más pues, al fin y al cabo, en su casoplón entran cada mes 20.000 eurillos que le dan para mantener la piscina y el servicio. Qué lejos le queda Vallecas, aquel barrio que él nunca iba a abandonar para conservar su esencia de hombre de barrio. 

Tiene su mérito, hay que reconocerlo, porque su nueva vida es aplaudida con fervor mesiánico por sus compañeros de acampada del 15-M, muchos de los cuales tienen hoy sueldos y despachos oficiales que los aburguesan hasta el extremo de que otros compañeros de movida política se avergüenzan y abandonan la formación, no tanto por el color cuanto porque sus líderes se ponen morados al calor de las alfombras rojas y sus sueldos nunca soñados ni imaginados en su vida anterior. Y esta comisión pretendía homologarse con los pactos de la Moncloa de los años 70 pero no da la talla, la diferencia fundamental es que en aquellos pactos participaban hombres de estado, personas dispuestas a renuncias en refuerzo del beneficio común. Ahora no. 

Con Iglesias nunca hubiera podido producirse una transición democrática en España, en paz, buscando el consenso. Iglesias es el bombero pirómano en esa comisión y Pedro Sanchez la madrastra de Cenicienta que autoriza a su lacayo a jugar un papel tan denigrante como perverso. Los efectos del guerra civilismo que propaga el vicepresidente son incalculables, imprevisibles, pero apuntan de nuevo a las dos Españas enfrentadas, alimentan el odio y los rencores y no aportan nada a los millones de parados, ni a las empresas en peligro ni a la convivencia pacífica entre españoles. Así no se reconstruye nada y es que, a lo mejor, esa es la estrategia oculta de Iglesias. Si él se encarga de llevar el debate a los extremos y aparta la moderación tiene su caldo de cultivo perfecto, quizá solo cometa un error y es que el otro extremo crezca desmedidamente mientras su formación siga desangrándose en votos como le viene sucediendo. El bipartidismo está mal, pero menos mal que está que diría la ministra, solo con las dos grandes fuerzas centradas e instaladas en la moderación, este país tiene reconstrucción.

Reconstruyendo el guerra civilismo

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