Los candidatos que yo conocí (3): Albert Rivera

Los más inmisericordes creen que Albert Rivera, el fundador y líder de Ciudadanos, acabará tirando la toalla y abandonando, al menos temporalmente, la primera línea política ya la misma noche del próximo diez de noviembre si se cumplen las peores profecías de las encuestas. Cinco días después, el aún muy joven dirigente del centrismo cumplirá cuarenta años. Y a nadie podría culpar, en el caso de que ocurriese lo antedicho, sino a sí mismo, a sus errores que todos, incluso los suyos más cercanos, proclamaban, a su desastrosa gestión como estratega.

Pero veremos. Rivera, que hoy aparece como descentrado, que está realizando una campaña de bajo perfil, intentará, sin duda, un último salto. Lo ha hecho dando un giro de ciento ochenta grados a su política del ‘no es no’ a cuanto viniera de Pedro Sánchez –tras haberse aliado con él en 2016, antes de hacerlo con Mariano Rajoy: al menos, entonces hacía una política explicable–; luego, solicitando un encuentro al mismo presidente del Gobierno en funciones cuya llamada desdeñó públicamente en dos ocasiones. Por fin, convocando un plenario en el Parlament catalán para presentar, acompañado tan solo por el PP, una moción de censura contra Torra que todos sabían que no podría prosperar. Se ignora qué golpe de imagen prepara para el gran debate ‘a cinco’ el próximo lunes, pero los ‘efectos especiales’ que tanto utilizó en su encuentro con los otros candidatos en las últimas elecciones no le dieron un buen resultado.

Y, sin embargo, el Albert Rivera que yo conocí hace ya no pocos años en Barcelona era un político valioso. Ciudadanos hubiese sido la formación ideal como bisagra, para permitir la creación de una coalición de centro-izquierda o de centro-derecha, en función de que las elecciones las ganase el PSOE o el PP. Pero se empeñó, por su encono hacia Pedro Sánchez y merced a una ambición política no muy bien calculada, en liderar la oposición al socialismo, insistiendo en que era tarea prioritaria ‘echar a Sánchez de La Moncloa’... sin caer en la cuenta de que siete millones y medio de electores, con razón o sin ella, habían votado por el líder socialista. Recuerdo que alguna vez le mencioné este saludable papel de bisagra y me fulminó con la mirada: él se creía, o aún se cree, nacido para presidir el Gobierno del Reino de España. Me parece difícil que vaya a lograrlo, al menos por ahora. Y le gustan muy poco, vaya si lo he comprobado, las críticas, aunque las ha tenido a toneladas.

A partir de ahí, todo ha sido un auténtico desastre, y lamento decirlo, porque Ciudadanos es, por su vocación centrista y su confesión liberal (tras haber abjurado hace casi cinco años de la socialdemocracia), una formación necesaria en el secarral político español. Los más prestigiosos militantes, comenzando por el fundador Francesc de Carreras, abandonaron ruidosamente Ciudadanos, y muchos mediocres aplaudidores ascendieron a la cúpula. Mientras, Inés Arrimadas, una figura atractiva con buena oratoria, que había ganado las elecciones en Cataluña, perdía todos sus puntos al abandonar tierras catalanas por el más confortable Madrid. Ahora, Arrimadas, más afecta al ‘riverismo’ que nunca, se empeña en asegurar que “tenemos Rivera para rato”, lo cual, excusatio non petita, podría estar lleno de significado.

Se negó a integrarse en la plataforma ‘España Suma’ básicamente porque había sido sugerida por Pablo Casado, su ‘aliado a palos’ en Castilla y León, Andalucía y Madrid, y porque esa plataforma, intuyó, acabaría admitiendo la entrada de Vox, el partido de la derecha ‘dura’ con el que los ‘socios’ europeos (o lo que sean), como Macron o el líder de los liberales europeos Guy Verhofstadt, no quieren tener la más mínima relación, ni directa ni indirecta. Un equilibrio muy difícil el de Rivera: abomina (o abominaba) de los socialistas, pero tampoco quiere incluirse de manera clara en el que la izquierda llama ‘el trifachito’. Mientras, los sondeos evidencian el desconcierto de los electores.

Y Rivera, inmerso en una vida personal a la que los críticos que aún le apoyan culpan en buena parte de la ‘dispersión’ de su líder, deshojando la margarita: me voy, me quedo... Sabiendo, eso sí, que con Ciudadanos no podría, ni debería, ocurrir lo que con la UPyD de Rosa Díez, también empeñada en el ‘no y no’. Y miren ahora dónde para.

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