La familia más real

Ya lo decía Simone de Beauvoir: “La familia es un nido de perversiones”. Ese recinto en el que encontrar consuelo y apoyo pero que, al mismo tiempo, es el mejor lugar para las riñas, las zancadillas e, incluso en algunos casos, ese odio que, digan lo que digan, es mucho más incondicional y resistente al paso del tiempo que el amor. En todas las familias hay sus más y sus menos y que levante la mano aquella en la que no haya unos cuñados que no se pueden ver o dos hermanos que no se hablan desde hace años por el reparto de una herencia.
Viene todo esto a cuenta del incidente que protagonizaron las dos reinas, Letizia y Sofía, y que nos tiene tan entretenidos estos días. Quizás todavía quede alguien que no haya visto el vídeo pero será porque es un eremita que ha decidido abandonar toda conexión con el mundo exterior y recluirse en una cueva. El resto, lo hemos podido ver durante estos días a velocidad normal, a cámara lenta, desde algún otro ángulo y traducido por intérpretes de lengua de signos. En el fondo, lo de menos es qué pasó exactamente, si se trata simplemente de un malentendido para hacerse la foto en otro sitio o si el enfrentamiento es por algo más grave, porque lo que realmente se analiza es el lenguaje corporal de las protagonistas de la historia. Sensaciones, piel e interpretaciones libres.
Y claro, aquí hay para todos los gustos. Cada persona interpreta la escena según como le haya ido en la vida. Las nueras que tienen a la suegra todo el día metida en casa consideran que ya le vale a doña Sofía; las abuelas que ven a sus nietos menos de lo que querrían entienden la insistencia de la reina emérita en hacerse la foto con las dos niñas, y quienes rechazan los achuchones familiares y los besuqueos comprenden que la infanta le quite el brazo del hombro a la pesada de su abuela.
En el fondo, lo que demuestra la escena es que la familia real es precisamente eso: real como la vida misma. Con las mismas trifulcas con el cuñado que presumía de sus negocios hasta que la cosa dejó de irle tan bien, con las mismas tiranteces entre nuera y suegra mientras el hombre que está en medio pone cara de póquer e intenta que la sangre no llegue al río, con las cuñadas que no se soportan y consiguen que la cena de Nochebuena no haga honor a su nombre ni de lejos. Al fin y al cabo, algo similar pasa en todas las casas de España con una pequeña salvedad: no cobran una importante asignación del erario público ni les toca representar la jefatura del Estado.
Es verdad que la escena nos da para llenar muchos minutos de tertulia en los medios donde se encuentran los principales líderes de opinión del país –radio, tele y barra de bar– pero poco más. Al fin y al cabo, tampoco es que la cosa acabara a palos como en cualquier parlamento de algún país que acabe en “stan”, pero demuestra que la tensión de puertas para adentro –aunque sean las de palacio– existe.

La familia más real

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