Felicitaciones

Estamos en el tiempo de los deseos. Una vez al año pedimos felicidad para cuantos constituyen nuestro círculo de relaciones. Cada uno patea la ciudad portando un cuerno de la abundancia –cornucopia en forma de vaso que rebasan frutos, traducción popular de riqueza– para tapar nuestras necesidades. Antes, cualquier felicitación indiscreta equivalía a una peseta; hoy los aguinaldos son más rácanos, pues en el siglo del euro y las luces del pecho del corruptor... En semejante barahúnda las felicitaciones atosigan y desbordan asegurando alegrías.

Sin duda porque ansiosos de felicidad buscamos el dulce pájaro de juventud. Todos hablamos de ella, pero muy pocos –por no decir ninguno– la alcanzan, conforme susurraba el ácrata, tan grande y dichoso, que no necesitaba mandar ni obedecer. Acaso porque la dicha consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace. Carrera iniciada al nacer que terminará con el suspiro postrero: “No llamar feliz a un mortal hasta que no hayáis visto como, en el último día, desciende a la tumba” (Eurípides).

Pese a ello nos gusta que nos recuerden, posiblemente por esa célula de erostratismo tan consustancial con nuestra naturaleza humana. Y enviar tarjetas de Navidad como zureo de palomas encendidas o christmas, si utilizamos lenguaje comercial, donde los afectos se pesan, miden y se tasan... El mundo es así y yo tengo muchos años para intentar cambiarlo. Son modas, usos, costumbres de salir a dar una vuelta o a asistir a una manifestación, que es lo que priva en el argot huelguista. No obstante, entre los muchos parabienes que recibo y agradezco, me quedo con la de Napo, María Jesús y Fina. Jamás falta a la cita. Confección artesana elaborada con fotografías y rasgos de un simpático y entrañable tuno cojuelo. Venturoso 2013 y correspondiente lema didáctico: “Si dudas de donde vienes nunca sabrás a dónde vas”.

Felicitaciones

Te puede interesar