ESPACIOS

Los espacios constriñen, incluso los más amplios, pero sobre todo encierran, principalmente la memoria, y son un elemento volátil, tan corredizo como el tiempo, que acaba por alterar los recuerdos. Vista ahora la superficie diáfana que ocupaba la antigua Fábrica de Lápices, una vez perdida físicamente para siempre salvo para el recuerdo, resulta difícil hacer encajar estas piezas tan distantes que constituyen lo que fue y lo que es.

Difícil porque nadie podría ahora intuir que tan exangüe terreno hubiese acogido hasta hace tres décadas una industria fabril repleta de talleres, grandes naves de producción que se antojaban inmensas por su altura, áreas de servicio, escaleras que comunicaban unas salas con otras, oficinas, patios, hornos, almacenes, el comedor para los obreros, hasta una enfermería y un laboratorio químico e incluso garajes. Los espacios se antojan un tanto excesivos en la niñez y pierden empaque a medida que la madurez arroba el espíritu de la inocencia. También desaparecen sin el menor rescoldo al beneplácito de la memoria. Pero es en este caso el solar vacío y diáfano lo que, como en la vida y la muerte, deja constancia de lo que se perdió, más que de lo que no se pudo, o no se quiso, evitar. Todo, absolutamente todo, es más grande al nacer y merma a medida que somos nosotros los que medramos. La ciudad misma era antaño mayor, sus distancias más largas, sus calles más amplias, sus barrios abiertos unos a otros. Ahora los espacios se cierran, o los cerramos; quién sabe.

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