Ahora empieza una nueva era

Los españoles, atónitos, contemplamos cómo ocurren cosas que cambian nuestras vidas, como a cámara rápida. Rajoy pasó, en poco más de una semana, de ser el satisfecho presidente del Gobierno que había logrado imponer los Presupuestos a convertirse en un ex, un señor al que una moción de censura echó, primero, de La Moncloa y que, cuatro días después, por voluntad propia, dejaba la presidencia del partido más fuerte, más numeroso y cohesionado de España...
Los que ganaban, pierden y los que perdían, ganan. Mientras los nombres de los ministros del Gobierno de Pedro Sánchez iban desgranándose, un sollozante Rajoy, a quien la adversidad parece haber humanizado, se despedía de los suyos: “Punto y final” a una carrera política que ha durando cuarenta años, de los cuales seis y medio al frente del Gobierno. Ignoro si regresará a su registro de la propiedad, y cuando esto escribo ni siquiera sé si pretende mantener su escaño, aunque sospecho que sí, porque aún le quedan algunas pruebas ante los tribunales y tampoco es cosa de renunciar al aforamiento.
Supongo que llega la hora del elogio relativo. Rajoy ha sido un gobernante sensato, sobre todo en el terreno de la economía. Pero no es este el único campo de batalla de un gobernante, y Rajoy ha dejado huecos a la mejora del país en el terreno legal, moral y estético: su cercanía a los ciudadanos ha sido nula, y su encierro en el entorno de los/as pelotas monclovitas, excesivo. Perdió el contacto con sus compatriotas, un contacto que alguno de sus palmeros nunca tuvo.
Pero al menos mantuvo unido al gran partido de centro-derecha que es el PP, conteniendo los asaltos de los amantes de la derecha dura y de quienes, nucleados en torno a su antecesor, pensaban ya en otra cosa distinta al PP. Ignoro si quien reemplace a Rajoy al frente del partido, seguramente Alberto Núñez Feijóo, será capaz de detener la sangría que se adivina. Sería bueno, porque España sigue necesitando al PP, aunque no sea un PP liderado por Rajoy, ni lleno de gaviotas y encinas, ni atrincherado en la calle Génova, ni quizá compitiendo con Ciudadanos, sino buscando una coalición con ellos en un futuro mucho más cercano que lejano.
El nuevo PP que salga del congreso extraordinario habrá de prestarse a la colaboración con el Gobierno para reconstruir puentes rotos, sobre todo con Cataluña. Debo decir que los nombres del Ejecutivo que alumbra Pedro Sánchez me parecen al menos sensatos; claro es que también lo dije cuando, en diciembre de 2011, Rajoy anunció los nombres de sus ministros, y ya ve usted lo que ha pasado. El nuevo PP debe ser capaz de renunciar a personalismos y cesarismos excesivos. Rajoy no dejó crecer la hierba bajo sus pies. El nuevo PP ha de ser moderno en cuanto que reformista, partidario de los cambios y de la regeneración del país.
Y nunca encerrarse en sí mismo. La agorafobia de Rajoy habría de quedar desterrada para siempre. Hay cualidades que el expresidente nos ha dejado impresas: deben aprovecharse. Pero hay carencias de las que quien suceda a Rajoy, y pienso que aquel a quien más se cita es político válido e inteligente, habrá de huir. Porque todo está cambiando, aunque Rajoy, y sus turiferarios/as, solamente lo hayan entendido demasiado tarde.

 

 

Ahora empieza una nueva era

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