Una sola gota de odio en tu alma se extenderá por todas partes y lo destruirá todo, como una gota de tinta en la leche blanca. Lo dice Alice Munro –premio Nobel 2013 de literatura– en uno de sus cuentos para justificar a un personaje que quema el dinero heredado de su padre porque lo aborrecía y no había sido capaz de perdonarlo. Parece una paradoja pero encierra su aquel. Todos somos libres para decidir sobre nuestra fortuna y nadie debe inmiscuirse en ello. Objeto constante de codicia, el dinero ha adquirido patetismo irracional hoy día. Corremos tras unas monedas cual si nos fuera la vida en ello y no deja de ser una costumbre inventada para evitar trueques. Dos barriles de vino a cambio de aceite o azúcar o sustituyendo los metales preciosos por las mercaderías venecianas y sus mostradores arriesgándose a la “bancarrota” si llegaba a producirse.
El cantor ofrecía vida sencilla y pobreza con sonrisas y ojos abiertos al sol mientras la copla gritaba “maldito parné” a la gitana desgraciada que tenía los ojos morados de tanto sufrir. Porque al final somos esclavos suyos y nos afanamos en adquirirlo y guardarlo. Así debemos traducir los hechos de corrupción que asolan nuestro país afligido por los sin trabajo y burlados por una pandilla infinita de sinvergüenzas. Tampoco podemos olvidar la asfixia impositiva sobre la sufridora clase media. ¿Han reparado en que la oposición, cuando vuelva a recuperar el poder, se ha comprometido a derogar todas las leyes aprobadas por el Ejecutivo pero calla como una taimada raposa respecto a la política recaudadora?
El papel moneda, la contratación bursátil, el crédito son valores entendidos a la hora de medir la capacidad financiera. Poderoso caballero don dinero apuntado por el poeta de la calderilla de tristeza que Paul Auster traía en el bolsillo.