JANO EN MORETART

Ante la muestra actual de Jano Muñoz (A Coruña 1971), en Moretart no tenemos más remedio que reafirmarnos en lo que dijimos cuando realizó su muestra anterior en 2012: que ha alcanzado la maestría en el dominio de la luz y la modulación del color, siempre trabajado en gamas de baja saturación, con predomino de los grises y los tierra de siena, que combina en variadas gradaciones y matices de estudiada entonación, que van desde el casi blanco al tierra sombra y casi negro, en algunos cuadros, con notables efectos de claroscuro. 
La pincelada se hace sutil, acariciante, para demorarse en las carnaciones de un rostro, en las texturas de piel de una mano o en el suave pelaje de una gatita. Especialmente delicados son sus retratos de niño, como el de Javier Blanco; o el de su propio hijo, al que retrata sentado jugando con la tablet a la entrada de un bosque de corpulentos troncos. Todo el misterio antiguo y sobrecogedor del bosque, con su simbolismo de territorio lleno de presencias feéricas e inquietantes y de peligros que tan bien recogen tantos cuentos de hadas o Dante en La Divina Comedia, parece estar presente en los dos cuadros que titula En el bosque Kokiri, donde la inocencia, representada en el niño que juega iluminado por la luz, se sitúa en el umbral de las sombras y de lo desconocido. 
Presente está también una de sus recurrentes temáticas: vistas desde lo alto de la ciudad de A Coruña, con horizontes que se van alejando entre atmosféricas luces. Y luego está el mar, también todo horizonte y ondas grises que avanzan con música en “Si bemol”, ondas rizadas quizá del mar del Orzán que constituyen nuestra más persistente melodía. 
Pero “La tèrre est ronde” y Jano Muñoz retrata también a uno de esos jóvenes de etnia africana que transitan nuestras calles: su hermoso rostro de satinada piel oscura emerge por un ángulo del cuadro, como si penetrase hacia nosotros, para decirnos “estoy aquí, estamos aquí”, no hay fronteras, pues la tierra es redonda y gira; este joven y su mano –que pinta en otro cuadro– son un ejemplo de bien hacer plástico. Y lo mismo podríamos decir de la solitaria cabeza de ajo que sitúa en un enorme espacio blanco. Culmina la muestra el Retrato familiar, en el que recoge de forma entrañable a la galerista Nuria , su esposo e hijo, envueltos en una íntima claridad, en la que se respira nobleza y sosiego. Esta misma respiración lírica, callada, de tono menor es la que late en toda la obra.

JANO EN MORETART

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