El galgo y el hombre

Está demostrado que un hombre, al margen de su posición social, sometido a una condiciones alienantes y de extrema necesidad se va apartando de la disciplina de la higiene y la reflexión degradándose en lo físico y en lo anímico hasta convertirse en un ser sucio e irreflexivo. Dilapidando en el proceso algo más que una vestimenta, el más íntimo y maravilloso legado de que dispone, ese que lo distingue como un ser capaz de engendrar ternura.
En la naturaleza no siempre ocurre así, paradigma de ello es el galgo, una animal que ha acompañado a reyes y sirve ahora a vasallos, cuando mejor, en régimen de esclavitud y cuando peor de terror, abandono y cruel exterminio.
Sin embargo, no ha perdido su condición y con ella su dignidad sino que la ha preservado intacta hasta el extremo de seguir siendo elegante y hermoso. Y no es solo en el exterior que es su atlética anatomía sino en el interior que es su alma. Debería el hombre comenzar a ser galgo en la construcción de su naturaleza y también en la de su arquitectura social, porque la crisis, el hambre, la injusticia, la guerra y hasta la precaria y falaz paz de que disfruta, es real en la medida en que él es mentira. Porque ha consentido y consiente que en el nombre de la riqueza se le despoje del más grande y hermoso de sus legados la capacidad de pensar, amar y sentir no solo su ser sino ese ser universal que ha ido tejiendo con lo mejor de su baba a lo largo de los siglos.

El galgo y el hombre

Te puede interesar