Jardín dialogante

Cualquier comparecencia del Centro Dramátioo Galego constituye un acontecimiento teatral. La jornada blanca que los antiguos romanos señalaban como día fasto. Ayer, en el Rosalía, buena entrada con la representación de “Xardín suspenso”, de Abel Neves. La compañía oficial pasea su palmito y buen hacer bajo la impecable, inspirada y concisa
dirección de ese aprendiz de brujo en demostraciones y aciertos trágicos que identifican a Cándido Pazó.
Una de tantas historias de amor. Encuentros y desencuentros de parejas humanas. Nada nuevo bajo el sol. Sólo la atracción hacia el otro o el afecto no correspondido. Promesas incumplidas. La lealtad puesta en tela de juicio por la frustración. O por las olas cotidianas que apartan inexorablemente al mar del cariño de las arenas de la playa y sus besos.
¿Dónde va el amor cuando muere? El poeta lo repite con dulce apasionamiento mientras la ceremonia escénica llora por las horas muertas y el futuro imposible.
Jardín escapado de las manos con calificación de suspenso. Dulce pájaro de eterna juventud. Costurones de flor ajada ante una desgracia terca y reiterada porque las relaciones no subsisten como
al principio.
Evolución comprometida de nuestro Centro Dramático. Superando actitudes vanguardistas para no caer después en conservadurismo estético y hemipléjico. Un desafío y manera de ser que desborda trasnochadas fases escénicas. Nuestro actual mundo global exige un diálogo teatral capaz de renovar su estructura. Un brinco inesperado. Una mutación. Otra
forma de resolver situaciones. Un jardín integrado por plantas conscientes de su función primordial. Conforme deparan artistas como César Cambeiro, Melania Cruz, Rocío González, Luisa Merelas, Santi Romay y Ana Sante.

Jardín dialogante

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