LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE INÉS

En su condición de narrador omnisciente elabora entorno al primero un discurso que en el descabellado afán de explicar de modo brillante todo el abanico de posibilidades de sus actos llega a ser capaz  sino de exculparlo si de justificarlo. Al él se suma el dudoso argumentario legal y la fascinación general que produce el crimen.
Mientras la víctima deja de ser ese fulgurante polo de indignación y escándalo que es de inicio para convertirse en un estorbo. Rompe el hilo discursivo en defensa del criminal y duele sin margen para lucirse en la explicación de tan natural reacción. Urge, por lo tanto, desmemoriarla y para ello qué mejor que orillarla con cierto aseo y si se pone pesada exigiendo justicia, se le desprestigia: “La justicia no es venganza”, “nosotros no somos como ellos”…
Y  es que por más que lo disimulemos la víctima es incómoda en la medida en que entraña un fracaso, mientras que el fracaso del criminal supone un reto, el de devolverlo al rebaño, algo que si se consigue todavía en la mera apariencia nos llena de un orgullo rayano al de los dioses creadores.
El sexador penal, por lo tanto, no atempera sino que exaspera en la medida en que se suma a la afrenta en favor del ofensor y no del ofendido. De ahí la importancia de llamarse asesino.

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE INÉS

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