BARCELONISMO SIN ESTELADA

El sábado último, 21 de noviembre de 2015, fue un día feliz para los barcelonistas sin estelada. Como el que subscribe. Miles y miles, dentro y fuera de Cataluña. Nos reconocemos en la fidelidad a unos colores, un historial deportivo y una forma de jugar al fútbol. No en declamaciones extradeportivas que desnaturalizan a un club grande y centenario.
Quede claro, pues, que si hablo de fidelidad a unos colores me refiero al azulgrana, de origen suizo, no a las cuatribarradas rojigualdas de estirpe aragonesa con esa estrella invitada (a veces verde, a veces roja, a veces amarilla) que el activista Ballester tomó prestada hace más de cien años a las banderas de Puerto Rico y Cuba (insumisos frente a la España del 98).
Dio la casualidad de que, además, lo del sábado pasado en el Bernabéu fue un partido de resonancias ajenas al fútbol. Pero no las consabidas de otras ocasiones (como la última final de Copa en Madrid con el Athletic de Bilbao). O como en los partidos jugados en un Camp Nou últimamente confiscado por el independentismo catalán. Tal vez como una derivada más del empeño del presidente de la Generalitat en funciones, Arur Mas, por convertir al Barça en un flotador más que le salve de fracasos.
En esta ocasión, las resonancias ajenas al fútbol eran de mayor cuantía. Nada menos que la peor de las amenazas conocidas desde el peligro fascista contra el modelo de convivencia legítimamente asentado en esta parte del mundo, donde el placer de vivir está sufriendo el chantaje del yihadista “¡viva la muerte!”. La psicosis de atentado planea sobre las capitales europeas. También planeaba sobre Madrid. De forma específica, sobre tan singular evento deportivo. Un clásico Madrid-Barça, que se jugó entre medidas de seguridad sin precedentes. Pero se llevó a cabo y no hubo nada.
El disgusto deportivo de los madridistas no les habrá impedido celebrar la lección de calma y de confianza que dieron las fuerzas policiales. En eso también estamos los barcelonistas sin estelada, incluso por encima de nuestro legítimo derecho a celebrar la victoria sobre nuestro eterno rival deportivo.
No solo en eso. También en el testimonio de condolencia y solidaridad con el pueblo francés, con un impresionante minuto de silencio a los sones de una Marsellesa musicalmente suavizada, después del zarpazo terrorista en Paris. Por lo que hace al orden estrictamente deportivo, en el espontáneo aplauso del madridismo al manchego Iniesta, definido por el asturiano Luis Enrique como “patrimonio de la humanidad”. Aunque no tanto en las pitadas a Piqué, jugador clave en la selección española, aunque se acoge al marco de la rivalidad deportiva entre los dos mejores equipos del fútbol español.

BARCELONISMO SIN ESTELADA

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