Al final, sí que fue un golpe de Estado

LA sucesión de emotivos testimonios durante el juicio del procés hicieron saltar más de una lágrima. La violencia era pacífica. Los militantes de los aún embrionarios CDR salían a la calle para ayudar a los ancianitos a cruzar por los pasos de cebra. Los chimpos sobre los coches de la Guardia Civil eran un intento de promocionar el deporte autóctono. Incluso Gabriel Rufián, el más español de los republicanos catalanes a quien con demasiada frecuencia le traiciona la sangre de sierra Morena que circula por su venas, confesó que el 1-0 fue “a comer y a merendar, y en una rebelión merienda poca gente”. Ni un lacrimógeno telefilme de la sobremesa del sábado hubiese tenido un guion tan bien hilado. Pero de repente, ¡zas!, llega el fiscal Javier Zaragoza y se lo carga todo. Resulta que el procés fue un golpe de Estado y Oriol Junqueras, su motor. Era evidente que no podía ser idea del honorable huido, que es un trastornado, pero un santo varón como Junqueras... Y lo peor es el daño colateral de las conclusiones de la Fiscalía: a ver cómo justifica Pedro “La sonrisa” Sánchez, pese a ser un desaprensivo, un pacto con toda esa cuadrilla de salvajes. Habrá que ir redactando el texto del indulto.

Al final, sí que fue un golpe de Estado

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