Másters del Universo

Hubo un tiempo en el que tener estudios era la máxima aspiración que podía tener para sus hijos cualquier padre que los quisiera bien. “Estudia –decían–, que llegarás lejos”. Primero, lo más importante, era tener el graduado escolar, aquello que Chiquito de la Calzada (Dios lo tenga en la gloria) comparaba con una etiqueta de Anís del Mono. Luego, ya había que tener estudios superiores y, por supuesto, pasar por la Universidad. Pero, con el tiempo, tener una carrera ya no era suficiente y hacía falta sumarle un máster que añadir al currículo. Y así, sumar título tras título, como si fueras un club de fútbol de esos que tienen un presupuesto que nada tiene que envidiar al PIB de cualquier país modesto.
El caso es tener currículo. Para andar por el mundo, qué mejor que uno que luzca bien, que ocupe varias páginas y que se note al peso. Y, si uno ocupa un cargo público, pues adornarlo un poquito. Pero entonces, de los creadores de la burbuja inmobiliaria, la de las punto.com y la del yogur helado, surgió otra burbuja: la del currículo.
Desde lo que pasó con Cristina Cifuentes, que se encontró, como quien dice, con un máster en el bolso cuando estaba rebuscando a ver si encontraba unas cremas, las referencias profesionales de los políticos han experimentado un régimen de adelgazamiento estricto. La sospecha pende ahora sobre Pablo Casado y lo prudente será esperar a ver si hubo trato de favor o no. Pero ¿quién no ha exagerado un poco?
Si todo el que pone nivel medio de inglés realmente cumpliera ese requisito, cualquier británico con chanclas y calcetines que bajase de un trasatlántico en el Parrote se sentiría como en su propia casa. Pero no es así. Exageramos, adornamos y, en ocasiones, hasta mentimos porque si no, en el mundo competitivo –y un poco pailán– en el que vivimos, nadie te llamaría.
Obviamente, para trabajar en una empresa que tiene clientes en el extranjero es necesario dar ese nivel pero ¿cuándo lo va a necesitar durante su jornada laboral un reponedor, un peón o un barrendero?, aunque había ofertas de este tipo en páginas web que lo exigían.
Lo de adornar el currículo es una costumbre tan española como colarse sin pagar, torturar bichos en las fiestas populares o poner una gitana encima de la tele, aunque esto último cada vez menos por aquello de que el plasma y el folclore no pegan demasiado. Así que tampoco vamos a exigirles a los políticos que tengan un currículo impoluto. Otra cosa es que, además de tirarse el moco de que dominan el chino mandarín en la intimidad, aprovechen sus influencias en las universidades –las públicas, sobre todo– para que les echen una mano si tienen que ir a pasantía o que, incluso, les aprueben el máster del universo por su cara bonita. O por el poder de Grey School.

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