“La Tempestad” de Manuel Vilariño

a actual muestra de Manuel Vilariño (A Coruña, 1952), en la galería Vilaseco, se abre con la cita de la obra “The Tempest” de Shakespeare: “Somos de la misma sustancia que los sueños...”, que nos sitúa directamente ante la idea de que la vida y la naturaleza que habitamos son el escenario de nuestros soñados dramas. 
Todas sus fotos, al menos hasta donde yo conozco, están transidas de ese pathos, de esa lucha, que él representa por medio de imágenes que devienen símbolos. Así ocurría con sus “Bestias imaginarias”, que eran parábolas de comportamientos biológicos y con “Fío e sombra”, donde daba fe del continuo sacrificio a que están sometidas todas las criaturas. 
Pero en las fotografías actuales de lo que nos habla es de la silenciosa y oceánica inmensidad, espacio ontológicamente vacío donde no hay “ Ni canto./ Ni violines. Ni pájaros del olvido”,-según dice en hermoso poema-, pero en el cual, de un modo elíptico, está incluido el contemplador, él mismo: “Yo en el océano./ Yo en el frío”. Una conmoción metafísica, una poesía de horizontes lejanos, de llamadas del más allá, recorre estas obras donde la envolvente luz que planea sobre las orilladas mareas, va transida de un sobrecogedor silencio que parece transverberar en aire. Atlantismo, espacios liminales, tierras del confín. “Mar de afora”( como reza uno de sus títulos), llamada que nos aguarda, mares para singladuras del espíritu y odiseas íntimas; pues la misma existencia es una epopeya y cada uno de nosotros un Ulises embarcado sin remedio en el viaje hacia su remota Ítaca. 
Fascinado por esas soledades quiere de algún modo hacerlas hablar, descubrir o, más bien, traer una muestra del oculto misterio de sus profundidades y lo hace por medio de una instalación en la que proyecta luz sobre una gorgonia negra que pende en el aire, al tiempo que acompaña su oscilante sombra con sones acuáticos que evocan extrañezas de abisales honduras. Así, lo que antes flotaba sumergido, ahora vuela en el aire, convirtiéndose en metáfora –como, por cierto, ya había escrito el latino Ovidio en sus “Metamorfosis”– de la eterna transformación e intercambio de formas entre todos los seres y de como todos participamos en todo. Abunda en esta imagen, la obra “Serpiente nocturna”, donde la línea de espuma que bordea una extensión negra de costa se convierte en blanco ofidio que serpea hacia el infinito.
El ansia por revelar los ámbitos recónditos de la realidad, sus contrastes y analogías, que ya percibimos en su muestra “Camino de liquen negro” de 2015; aparece condensado ahora en la obra que da título a esta exposición y que representa una isleña roca negra que se yergue entre agitadas y espumosas olas; ella, enhiesta y sola, evocadora de naufragios, es el símbolo de nuestra resistencia a los embates, de nuestro estar ahí en pie, soportando la fiereza de todas las tempestades. Con estas fotos, Vilariño nos enfrenta a la silente y cósmica vastedad, dejándonos con aterrado asombro ante la poética de la lejanía y las incitaciones de la saudade mítica.

“La Tempestad” de Manuel Vilariño

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