El salvoconducto

Las administraciones pueden, aunque se trata de una práctica execrable, tratar a los ciudadanos como si fueran tontos, pero este virus, que es más listo que el hambre, podría acabar devorándolas por ello.

La última majadería que se les ha ocurrido a varias de esas administraciones-taifas es la de dictar la obligatoriedad de un falso salvoconducto para quienes pretendan salir estos días, hasta el 6 de enero, de las Comunidades concernidas, pero, contraviniendo la esencia, la función y el significado del salvoconducto, que es “un documento expedido por una autoridad para que el que lo lleva pueda transitar sin riesgo” (RAE), han dado en llamarlo “documento de responsabilidad” por suponer que así le endilga enteramente al ciudadano la culpa de lo que le pueda pasar transitando por los campos sembrados de sal de la pandemia.

Con la tal de no hacer lo único que debe hacerse, emplazar a las personas a quedarse en casa y en su localidad, los diecisiete mil gobiernos de este país desgobernado idean toda suerte de planes absurdos y descabellados, y el del “documento de responsabilidad” es uno de ellos. En él, el que quiere salir de estampida registra sus datos y, como si dijéramos, jura por su honor que se va a pasar la Nochebuena, o la Nochevieja, con familiares y/o allegados, y hace constar datos y señas que pudieran corresponderse con los mismos. Y ya está. Con ello, los gobiernos de la regiones en riesgo alto o extremo creen haber engañado a la realidad, particularmente a la de que les pagan por asegurar la salud y la vida de sus habitantes con medidas adecuadas a las circunstancias, y los portadores del documento, la mitad o así de los cuales andan regular de responsabilidad, se marchan libremente a donde les da la gana y con quienes les apetece, creyendo haber engañado también a la realidad y engañándose a sí mismos.

Salvo la valenciana, que se ha cerrado a cal y canto dejando solo una pequeña rendija para los residentes, el resto de las Comunidades fingen medidas restrictivas de la movilidad con el convencimiento íntimo de que no habrán de servir para nada en el follón descontrolado de ideas y venidas de las navidades. Miles de contagios y centenares de muertes cada día, ¡cada día!, no convencen, al parecer, de la necesidad de medidas que no engañen a la realidad, ni a la gente, para que no sigan saturándose los hospitales y las morgues de víctimas evitables, y el corazón de las personas sensibles y responsables de una pena infinita. 

El salvoconducto

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