Perdidos en debates menores

Aunque muchos prefieren estar entretenidos más con el mensajero que con el mensaje; es decir, con la anécdota más que con la sustancia, me imagino que un reciente informe internacional habrá venido a sacarles una vez más de la distracción.

Me refiero a ese estudio realizado por la Asociación internacional para la Evaluación del Aprovechamiento educativo (IEA), según el cual los alumnos españoles de cuarto de Primaria, estancados en niveles de hace tres lustros, se sitúan por debajo de la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y de la Unión Europea tanto en lectura, como en matemáticas y en ciencias.

Se trata de pruebas similares a PISA, aunque en este caso se evalúa a muchachos de 9 años (sexto de Primaria) y no de 15 como en aquéllas. Pero las grandes conclusiones de una y otra evaluación internacional se parecen cuales gotas de agua: puntuaciones mediocres, por debajo de lo que por nuestro entorno nos correspondería, y escasa proporción de estudiantes excelentes. Es decir, que se vuelve a incidir en que el gran problema de nuestro sistema educativo no son los grandes parámetros, las grandes inversiones, sino los resultados.

Sólo uno de cada tres niños españoles, por ejemplo, supo responder correctamente a un elemental problema de sumar horas y minutos. Y otro ejemplo no menos elocuente, tomado éste de otras fuentes: un 63,5% de los muchachos que el año pasado se presentó a la prueba de los premios extraordinarios de Secundaria, organizados por la Comunidad de Madrid –es decir, lo mejor de lo mejor– suspendió el selectivo examen.

A decir verdad, tampoco es preciso que nos señalen desde fuera lo que comprobamos día a día en nuestro entorno más inmediato. Que el sistema educativo español, hijo de la fatídica Logse, hace aguas por muchos frentes, resulta manifiesto. Y es que con un modelo enemigo del mérito y de la excelencia, de la igualdad por abajo, no cabe esperar otra cosa.

Este es, en consecuencia, el gran objetivo de la reforma –aunque parcial– de la ley de educación. Una reforma –dígase lo que se diga– mínimamente o nada ideológica, con la que se pretende incidir en esa “C” de calidad que las leyes socialistas han sistemáticamente obviado. E incidir con los instrumentos que en otros sistemas están funcionando.

Pero aquí hay muchos que siguen a lo suyo, entretenidos en debates menores: en si el ministro Wert es o no un voceras o un toro que se crece o deja de crecerse; en el supuesto trato de privilegio dado a los centros concertados, o en la lógica reconsideración de la asignatura de Religión. Al fondo del problema ni se asoman.

Perdidos en debates menores

Te puede interesar