El “brexit de Ignacio

Inglaterra me recuerda a una montaña de pesados baúles abandonado a su suerte en el andén de una estación de ferrocarril de la vieja metrópoli. 
Punto de partida sin fondo geográfico sobre el que circular y sin estaciones intermedias donde recobrar la sensación de movimiento. De ella a ella misma, como todo lo claustrofóbico, ese es su destino, esa su exacta distancia, esa su equidistancia. 
Sentado junto a ese confuso equipaje, reposa la fantasmal sombra de alguien sin presencia, sin forma, sin alma. Alguien que bien pudiera ser nadie. Alguien, digo, en es lugar sin esencia que va camino de terminar siendo ese mundo sin fronteras que fue el anglosajón. 
Tatuaje y estampa de toda ensoñación, de todo sueño, savia de esa ámbar naturaleza que cabe en las ciencias sociales. Un destino que ahora, en esta hora de negación, es solo un pesado bulto en mitad de un lugar sin nombre ni rumbo.
Ver a las autoridades de la Gran Bretaña ponerse dignas negándose a dar razón del paradero y destino de Ignacio Echevarría, recuerda a esos boxeadores noqueados que buscan, en su errático ir y venir por la lona, seguir vistiendo esa entereza que ya no les asiste, esa de la que ya no disponen. 
Hombres que van dando traspiés a la par que golpean el aire, buscando el rostro de un enemigo que por más que les duela reconocer es y son ellos mismos, para caer luego pesados y sordos como fardos de lana sobre el dudoso suelo de ese viaje a ninguna parte.

El “brexit de Ignacio

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