La infanta

En el bronco paisaje humano de nuestra acción política, el de los huidos y constituidos, el de los comunistas de salón y el de los salones del capitalismo, veo rostros abotargados por la mentira y el desdén hacia otra verdad que no sea la buena mesa y el despilfarro. El de seres sin referencia ética ni atisbo de moral digna de crédito. 
Sacados de la antítesis de La balsa de la Medusa, adiposos cuando no obesos, obscenos cuando no pérfidos, groseramente caídos unos sobre los otros, devorándose por devorarnos. Rostros en un horizonte de bocas con ida y vuelta que pueden defender una causa y también la contraria, que se contrarían y contradicen. 
Bocas que nos devoran sin asco y sin él nos regurgitan en mitad de la calle para que exijamos por ellos, para que los defendamos en lo que no tiene defensa. Bocas que buscan incendiarnos en lo peor para que odiemos lo que odian y adoremos lo que ansían. Capaces de decirse atrocidades y acusarse de crímenes sin aportar pruebas ni tener que probarlas. 
Bocas, digo, por no decir negras simas de horror y miseria. en medio de este mundo propio de fin de mundo, la menuda figura de una niña rubia, con su cándida voz de adolescente recordándonos, como una diosa de razón, el primer artículo de nuestra Carta Magna. La futura reina de un mundo de zánganos, cómo no estar con ella, cómo no sentirse próximo a ella. Si en verdad a alguien le tuviera que entregar mi destino, sería a ella.

La infanta

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