MIEDO Y ASCO

En el juego de victoriosos y derrotados todos perdemos. Esa evidencia rige, o lo debiera, en hombres y sociedades, en la medida en que la tarea que nos anima no admite tan estrechas miras. La convivencia es el alma grande de los pueblos y a ella nos debemos en igualdad de obligaciones y derechos.
Ahora bien, para alcanzar esa armonía hemos de derrotar a aquellos que sin atenerse a los dictados de la razón buscan imponernos su irracional voluntad, como es el caso de ETA, y lo hemos de hacer sin complejos, abiertamente y de mutuo acuerdo, porque a todos ha ofendido en los más elementales derechos, la vida y la libertad, masacrada una y menguada la otra en el terror de sus manos. Deben pues ser ellos los derrotados y así lo han de sentir.
Sin embargo, cuando una ETA diezmada y debilitada decide poner fin a sus crímenes, ve que como premio violentamos una vez más el Estado de derecho en su favor liberando a sus asesinos. Volverán estos a sus casas y, al margen de cómo los reciban familiares y acólitos, lo harán bajo el signo de la victoria, tanto es así que podrán seguir gobernando su herencia de terror y desprecio por vivos y muertos. Matándonos una y otra vez. Amedrentándonos con su chulería de plomo. Tutelando ese abyecto proceso que llaman de liberación. Gritando hasta a quien no quiera oír, “no nos veis, no nos sentís, estamos otra vez aquí, somos intocables”. Y lo son porque ellos siguen dando miedo y nosotros asco.

MIEDO Y ASCO

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