Vivir así

Nadie tiene tiempo para la reflexión. La velocidad a la que vivimos apenas nos deja tiempo para vivir la vida, nos dejamos devorar por la vorágine de lo inmediato y despreciamos lo importante, pasando de puntillas por los momentos felices y embarrándonos en las dificultades. Es una manera extraña de vivir, es como si eligiéramos el camino más difícil y nos situáramos en la parte del problema con una normalidad pasmosa. 

Solo el paso del tiempo nos lleva a los recuerdos más agradables de nuestro pasado, aquellos momentos que no supimos disfrutar en su día y que ahora nos aportan un edulcorante para sobrellevar la tormentosa realidad de la que nos hemos dotado. En la infancia queremos hacernos mayores cuanto antes y como la vida nos parece eterna no sabemos valorar lo que tenemos; es más, cuando queremos darnos cuenta suele ser tarde y ya convivimos con los problemas como adultos sin haber agotado las posibilidades de felicidad de nuestra niñez. Pero no hay pasos atrás, el tiempo pasa y la vida se complica con nuestra complicidad para hacer un mundo peor. 

Hay personas que parecen tener vocación de bomberos pirómanos y se dedican a crear problemas para luego pretender resolverlos. Cuando alguien busca la tranquilidad siempre aparecerá algún voluntario para entrar en nuestra vida y dificultárnosla de tal manera que ya no es necesario que nos metamos en problemas, nos los traen a casa y los dejamos entrar. Después vienen las lamentaciones, las lágrimas y las consecuencias de nuestras erráticas decisiones. 

No sabemos, o no queremos, apartar de nuestras vidas a las personas tóxicas, nos cuesta trabajo tomar decisiones y buscamos culpables como pretendiendo sentirnos inocentes de nuestras desgracias. En el mundo hay buenas y malas personas, las primeras te ayudan a llevar una vida placentera, las segundos te harán sufrir hasta destruirte y entonces iniciarán otro camino para seguir con su maléfica concepción de vivir.  

El problema es cuando el mal se instala en el sistema e incluso maneja los resortes del poder. Desde ahí es más sencillo causar mal y sembrar infelicidad. Estos días se estudia el por qué muchas personas se quitan la vida. La respuesta no puede ser sencilla, pero algo tendrá que ver el hecho de haber olvidado alimentar nuestra mente de sentimientos positivos, carecer de valores y de buscar en las conductas rectas la auténtica felicidad. Instalados en el materialismo, la vida no es más que un bien inventariable, una herramienta sin sentimientos, algo prescindible hasta el punto de que hay “estadistas” que ya calculan los seres humanos que sobran en este mundo. 

Quizá ahí esté la respuesta a estos pensamientos filosóficos, hemos perdido toda humanidad y nos limitamos a alimentar el cuerpo y olvidar el alma, la conciencia es ahora una calculadora que solo sabe restar y sumar, pero que ni siente ni padece. Desde este planteamiento vital el ser humano y la vida pierde su valor auténtico. Al hilo del título de este artículo, Camilo Sesto cantó que “es morir de amor”, creo que hoy es más bien morir de pena, de tristeza. No sé si estamos a tiempo, pero sé que depende de nosotros, un mundo mejor está en nuestras manos. Piénsenlo. 

Vivir así

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