Algunos por perder, pierden hasta las formas

Me gusta analizar por sistema los valores que acompañan a la sociedad y, por supuesto a los políticos, en general. Las nuevas generaciones de políticos son una masa irrelevante e irreverente con la realidad social; la mayoría son universitarios sin formación práctica y sí con mucha teoría, que de nada sirve si no se encuentra una rentable función lógica. Esto es lo que acontece entre la nueva clase política y la vieja, más formada y con más experiencia en todos los campos. Ya lo dice el refrán “el zorro sabe más por viejo que por zorro”. Esto viene a cuento de que nada más acabado el recuento de los votos en las elecciones de Galicia y a tenor de los resultados alguien debió alzar una voz indebida que asombró a propios y extraños; no es momento de señalarlo, pero se sentirá identificado, porque ha tenido una dura respuesta en los medios sociales, que le han obligado a rectificar, aunque esto solo no es suficiente, pero aquí falta la cultura de la dimisión, cuando algo se saca del tiesto.
Nunca se deben hacer las manifestaciones que se hicieron, ni cargar las tintas contra el electorado. La ideología no puede empañar la voluntad popular, porque a uno no le agraden los resultados obtenidos. Si no le gustan, puede marcharse para su casa, que el pueblo no le pidió que se presentase a una elección que no podía ganar. El votante tiene siempre la razón de lo que vota; el que se equivoca es el político que hace aseveraciones sin razón alguna, lo que refuerza la opinión del escaso sentido democrático de algunos que se engancharon a la política sin saber lo que ello significa y confunden la democracia con el totalitarismo.
De modo que aquellas absurdas declaraciones están fuera de contexto y su rectificación, aunque esté en plazo, no es suficiente, debido a que en el fondo del subconsciente la llama de sus palabras sigue latiendo con la misma fuerza que cuando las dijo, lo que le invalida para seguir en la política. No se puede medir con distinto rasero a la clase política, si es de un lado o del otro; la democracia no solo tiene que ser honrada, sino que tiene que parecerlo, al igual que la mujer del césar. Nada puede empañar más la carrera de un político que empecinarse en decir cosas que no vienen al caso y encima empaña la credibilidad del que las dijo y deja en mala situación al partido que lo llevó en sus listas como electo.
Esta barrabasada posibilita un cierto recelo de los votantes hacia esa formación de si es creíble o no en sus postulados de representar los fines de la democracia o si por el contrario defiende postulados ajenos a la libertad de decisión política en las urnas. Por tanto debiera haber una reflexión sobre tan infame insulto al pueblo gallego y que el autor de semejante quimera decidiese su propia dimisión política de un cargo que a la vista de lo oído parece que le queda grande y no se ve en él la capacidad de defender a los ciudadanos gallegos, sino más bien todo lo contrario. De modo que el partido que lo presentó debería hacerle ver la necesidad que tiene de dejar la política y dedicarse a otra cosa que le haga ver la realidad del pueblo gallego.

 

 

Algunos por perder, pierden hasta las formas

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