Cuarenta años

Por razones profesionales aquel 15 de junio de 1977 me tocó cubrir la jornada electoral de Unión de Centro Democrático primero en la mesa del colegio Andrés Manjón –hoy Francisco Giner de los Ríos– en el distrito madrileño de Moncloa, donde Adolfo Suárez habría de acudir a votar y, luego ya por la noche, en el hotel donde el partido había establecido su cuartel general para el seguimiento de resultados.
Eran las primeras elecciones generales que en régimen de normalidad democrática se celebraban desde febrero de 1936. Vinieron formalmente a dar paso a unas Cortes constituyentes, pero sobre todo a confirmar y asentar los deseos de cambio de régimen que los españoles habían manifestado desde la misma madrugada en que se conoció la muerte de Francisco Franco y que habían tenido un preliminar paso por las urnas en el referéndum para la reforma política de medio año antes.
Algún cronista de la época ha comentado que aquellas elecciones se vivieron con mucha ilusión y algo de incertidumbre e incluso miedo. Con esto último no estoy muy de acuerdo, aunque es cierto que aquel 1977 iba siendo un año complicado. En realidad no pudo empezar peor.
El 24 de enero cinco abogados laboralistas habían sido asesinados en su despacho de la calle madrileña de Atocha. A mi juicio, e incluida la legalización del Partido Comunista, fue el momento más delicado de la Transición; el momento en que el trabajoso viaje político hasta entonces emprendido pudo quedar desbaratado.
A pesar de todo, la ciudadanía respondió a la cita. La convocatoria registró una participación del 78,83%, la segunda más alta desde la restauración democrática para acá, superior incluso a la habida en el referéndum para la reforma política. Sólo las elecciones de octubre del 82 que dieron el poder al Partido Socialista (79,97%) han logrado hasta el momento batir la marca.
A altas horas de la noche, Suárez, Fernández Ordóñez, Arias Salgado y algún otro alto responsable se personaron en el hotel desde donde el partido seguía el escrutinio. Muchos más periodistas que militantes y seguidores que jalearan a quienes ya se perfilaban como ganadores. Estos entusiasmos no se conocían.
“¿Cómo vamos?”, preguntó alguno de los recién llegados. Ni el propio presidente estaba al tanto de la última hora. La intercomunicación y los sistemas informáticos del recuento eran tan elementales como todo en aquellos tiempos. Fernández Ordóñez fue más inquisitivo: “¿Y el PSOE?”. Tal vez estaba ya pensando en el desembarco que luego hizo.
Al día siguiente y en el curso de una tumultuosa rueda de prensa, Suárez hizo balance de la jornada. Y adelantó su propósito de encabezar, en minoría, un Gobierno de “centro izquierda”. La tendencia del eventual nuevo Ejecutivo no suscitó mayores comentarios. También la mecánica postelectoral era un poco una incógnita.

Cuarenta años

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