Tus amigas de los viernes

Hay dos tipos de personas: las que empiezan a leer el periódico por lo que se considera el principio, la portada, y las que lo hacen desde atrás. Bueno, también están las que no leen el periódico pero, probablemente, nunca lleguen a ver esta columna así que, por hoy, podemos hacer como si no existieran. Entre quienes gustan de usar el modo retrovisor, uno de los principales vicios es el de mirar las esquelas, que son como una especie de muro de Facebok cuando uno supera cierta edad y empieza a tener más vida social en los tanatorios que en los bares.  
Las esquelas tienen ese aire vintage de las cosas de toda la vida y, aunque es verdad que ya pueden consultarse por internet y que hasta las funerarias tienen páginas web donde cuelgan los decesos, es en el papel en donde cobran todo su sentido. Además de los fríos datos que permiten saber quién es la persona que ha muerto, cuáles son sus familiares y dónde es el entierro, a veces se dan momentos que hacen que hojear las esquelas siga siendo, al margen de que se conozca o no a los protagonistas, un ejercicio maravilloso. Al fin y al cabo, es la manera que tenemos todos de salir alguna vez en el periódico.
Hay muchos ejemplos, como sucede con esa nota que publica cada año un viudo en “El País”, en donde le va informando a su mujer de cómo crecen sus hijos y las cosas que han ido pasando desde que ella ya no está. Quizás en la vida eterna no haya periódicos o quizás no estén suscritos a ese en concreto pero, para el resto de lectores, es ya una tradición cada 21 de marzo, con la llegada de la primavera, ver qué le cuenta esta vez José Luis a Elenita. Y así lleva desde 1994. La última fue incluso reivindicativa, porque explicaba a la difunta que sus dos hijos varones habían participado –y convencidos– en la marcha feminista del 8 de marzo. Algo que, a buen seguro, hubiera hecho a esa madre sentirse muy orgullosa de ellos. 
Esquelas curiosas hay de todo tipo, desde aquellas en las que se destaca quien no ha pagado el anuncio hasta las que llaman la atención por el apodo, a cada cual más original, del finado o los nombres peculiares de algunos familiares. Como aquella en la que los nietos se llamaban David y Chenoa. Otra de las curiosas, por no ser muy habitual, fue aquella publicada hace unos meses en la que se comunicaba, sin cruz obviamente, el fallecimiento de un joven musulmán en Santiago.  
Una de las más emotivas es la que se publicó el pasado 17 de abril en este mismo periódico con una nota muy breve: el nombre de la fallecida –una mujer– y en la que, quizás en un último gesto de coquetería, no se detallaba su edad. Debajo, además de convocar a una misa en su memoria, una pequeña leyenda, donde suele ir la retahíla de familiares, para explicar quiénes tuvieron el último detalle con esa persona que ya no está. “Tus amigas de los viernes”. Es una lástima que hoy, que es viernes, Pilar vaya a faltar a la cita. Pena también que no haya podido ver lo bien que salió en la esquela... O quizás sí.

Tus amigas de los viernes

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