Un Gobierno de Yenka

n mis épocas de juventud cuando culminaba mis estudios de bachillerato los grandes ritmos musicales inundaban nuestros tocadiscos en los guateques. Y aquel verano de la segunda mitad de la década de los sesenta dos jóvenes nos hicieron bailar con un ritmo frenético, era la Yenka. Ellos eran dos auténticos desconocidos de la parte norte de Europa llamados Johnny and Charley, un dúo músico-vocal que nos puso a mover las piernas dando unos pasitos para adelante y otros para atrás, para la derecha y a la izquierda. Un ritmo que aún sigue causando furor cuando algún grupo musical lo interpreta en una boda o fiesta en la que la gente quiere pasárselo bien cuando se llega a las copas finales de la celebración. 
Traigo a colación este baile puesto que es el fiel reflejo animado de lo que ocurre con el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez. En mis muchos años de experiencia como periodista nunca he visto nada parecido a lo que sucedió la semana pasada. Con ritmo de Yenka el presidente, a través de sus fieles escuderos, fue capaz de trilear en el mismo día a cuatro partidos políticos. A sus coaligados de Unidas Podemos; a sus fieles votantes, por las prebendas, del PNV; a Ciudadanos, que dejó colgados y sin red, y a Bildu, al que le dio un brochazo de línea blanca en asuntos democráticos, pero que también engañó como a los tres restantes grupos políticos.
Es prácticamente imposible que el Gobierno del señor Sánchez reconozca sus continuos y reiterados errores. Ellos nunca son los culpables, la culpa siempre la tiene la derecha en general y en particular los populares que son una especie de pin, pan, pun a la hora de evadir las responsabilidades de una gestión, que lleva encadenando error tras error después de largos dos meses inundando nuestros confinamientos y haciéndonos temblar cada vez que una nueva genialidad se prepara en ese laboratorio de formas, donde se cuecen las ideas para poder seguir ostentando el poder.
Pedro Sánchez debería haber nacido en aquellas dos décadas de gran repercusión para la España que se recuperaba poco a poco de un enfrentamiento entre hermanos. Entre los de mi generación sería un gran bailarín de Yenka. En los guateques se pondría en el centro de la fila y marcaría el ritmo, balanceándose de izquierda a derecha y de delante para atrás. Es lo que está haciendo ahora sin música, pero jugando con el futuro de todo un país. Me gustaría que se quedase quieto de una vez y que fuese menos bailarín político. España y los españoles se lo agradeceríamos y en Europa también. Ahora tan solo somos un país que marca de forma desacompasada unos pasos de un baile que no nos gusta.

Un Gobierno de Yenka

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