¿Cuánto tiempo aguantará, así, Pedro Sánchez?

mis maestros en periodismo trataron de enseñarme que una crónica o un artículo no deben titularse con un interrogante, salvo que forme parte de la esencia del comentario que se escribe. Y preguntarse cuánto tiempo aguantará así, a este ritmo y rodeado de enemigos con piel de amigos, Pedro Sánchez es más aseveración que interrogación: quién sabe si el presidente del Gobierno más atípico en la Histori podrá resistir mucho más sin hacer cambios profundos. Puede que logre llegar y descender, con un precio altísimo, del ‘pico’ de la crisis sanitaria. Pero difícilmente aguantará las ‘pandemias’ económica y democrática que llegarán a continuación.
Cierto que, cuando Sánchez, con el solo objetivo de resultar investido y poder formar Gobierno, se alió con quien se alió, no podía ni siquiera imaginar que iba a estallarle en las manos la mayor catástrofe que haya vivido España desde la guerra civil. El equipo, bisoño y mal conjuntado, que logró apañar, con dos almas y muy diferentes latidos en cada uno de los corazones, desde luego no estaba preparado para hacer frente a esto: no tiene este Gobierno más que dos meses y medio de vida y ya se aprecian disfunciones, rencillas, carreras por el protagonismo y planes muy diferentes: con o contra los fondos de inversión, para simplificar. Nadia Calviño por un lado y Pablo Iglesias, por otro.
Pedro Sánchez, en quien ya se aprecian algunos rictus de nerviosismo, es un hombre acorralado: por su propio vicepresidente por las circunstancias terribles, demasiado terribles para un solo hombre, y por el propio coronavirus. La Moncloa es hoy, y no lo digo de manera parabólica, un foco de contagio. Milagroso que el propio presidente, que debería, como el resto del Consejo de Ministros, estar en cuarentena, no haya quedado infectado.
Pero no puede seguir actuando de manera unipersonal, de forma autocrática. Sin controles parlamentarios ni mediáticos. Sin fiarse de la oposición -al menos, de la leal oposición, porque desde algún otro sector no se conciben sino ideas peregrinas--, sin convocar algo parecido a unos pactos de La Moncloa, sin consultar sus súbitos decretos, que generan un clima de inseguridad jurídica.
Me parece que él, que es persona intuitiva y con fino instinto político, sospecha que la situación se le está yendo de las manos y que pagará, presumiblemente, un alto precio político por esto. Lo pagaría aunque lo hiciese bien, porque la ciudadanía tiende a buscar culpables públicos de sus sufrimientos privados. Algunos llevan tiempo diciendo que no le queda otro remedio que prescindir de sus pesadillas, fortalecer su Gobierno con gentes que sepan luchar contra este inmenso dragón con forma de virus, elaborando un esquema presupuestario ‘de guerra’ y consensuándolo con la oposición, en una especie de nuevos pactos de La Moncloa, olvidando al tiempo a sus ‘aliados’ independentistas, que ya se ve que aprovechan la menor ocasión para hacerlo todo aún más difícil. No sé si, angustiado -lógico- por las cifras diarias de muertos, será capaz, al tiempo que intenta tapar la sangría, de poner en marcha toda una operación política de calado y de futuro. De momento, en sus comparecencias parece un portavoz de la batalla, no un estadista pensando en el mañana, Y el mañana va a ser, tiene que ser, muy diferente. Ya lo dijo el inteligente comisario de Mercado Interior de la UE, Thierry Breton: “tras esta crisis, se escribirá un nuevo mundo con otras reglas”. Y esas reglas hay que ir, también aquí, o principalmente aquí, ya redactándolas. Y, si Sánchez no es capaz, tendrá que ser otro quien lo haga. Y más pronto que tarde.  

¿Cuánto tiempo aguantará, así, Pedro Sánchez?

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