Rivera y la otra ribera

El único elemento que podría modificar el estado de cosas ante los últimos sondeos aparecidos este domingo es que “Albert Rivera cambie de ribera”. La frase, que me susurra un socialista no es simplemente un juego de palabras. Es que solamente un giro del líder de Ciudadanos, que cruzara el río y pasara al otro lado, revolucionaría no solamente la recta final de la campaña, sino el propio resultado de las elecciones.

Rivera es el centro no solo autotitulado, sino metafórico: el vértice del vértigo. Su nunca bien explicada decisión de asegurar que jamás pactará con Sánchez, más allá de que es urgente echarle, ofreciendo en cambio una coalición al PP pone en serio riesgo la pervivencia de Ciudadanos. Porque todos los sondeos indican que esa coalición PP-C’s, ni aun con Vox, alcanzaría la mayoría absoluta. Y muchos en la formación naranja piensan que va a ser muy duro pasar otros cuatro años de travesía del desierto.

La situación que definen los sondeos, de mantenerse la tajante negativa de Rivera, empujaría a Sánchez a repetir el ensayo de la investidura de hace diez meses: gobernar con la ayuda de Podemos, con el PNV y con la no hostilidad de, al menos, el grupo de Esquerra comandado por Rufián. O eso, o repetición de elecciones.

Claro que también un acuerdo con el PSOE, en el que Rivera se tendría que tragar muchas de sus afirmaciones sobre cómo tratar a los nacionalistas y cómo solventar, a golpe de artículo 155, el problema catalán, pondría a Ciudadanos en peligro de extinción, pese a los bastante buenos --hace cuatro meses eran mejores-- augurios que ahora ofrecen a la formación naranja los sondeos de todo pelaje. Pero ¿es la pervivencia del partido más importante que la estabilidad de la nación? Y, por otro lado, ¿no recompensarían los españoles una función moderadora del Gobierno oportunista de Sánchez con, digamos, la presencia de una Inés Arrimadas en la vicepresidencia de un Ejecutivo de coalición centroizquierdista encabezado por Sánchez? Insinúo el nombre de la candidata de C’s número uno por Barcelona entendiendo que la antipatía mutua entre Sánchez y Rivera haría muy difícil la convivencia de ambos en un mismo Consejo de Ministros.

Pero todo esto es, por el momento, algo de política-ficción. Lo previsible es que Rivera no sugiera variación alguna en sus compromisos de pactos en el debate de la noche de este lunes y se aferre a una alianza, coyuntural y táctica, con un PP en el que Casado se ve creo que injustamente tratado en las encuestas, pero que en todo caso sigue por delante en intención de voto sobre Ciudadanos. Sí creo, o quizá espero, que el muy estimable líder naranja comience, en esta primera vuelta de debates, a matizar algo sus tajantes descalificaciones: acusar a Sánchez así, sin más, de doblegarse ante los independentistas, casi también ante los etarras, y propiciar así la ruptura de España, es percibido por la ciudadanía como una desmesura, sugieren los sacrosantos sondeos. Y mira que hay motivos de crítica a los diez meses de Sánchez en Moncloa, y a los dos años anteriores en Ferraz...

Veremos dar muchas vueltas todavía al tiovivo. De cara al sin duda cosmético, sin mujeres, sin Vox, sin los nacionalismos, ‘debate de ida y vuelta’, en TVE y en Atresmedia, no me resisto a reproducir aquí la frase, algo desvergonzada, de Pablo Iglesias en una entrevista a un digital este domingo: “Casado, Rivera y Sánchez son guapos y malos; la maldad, normalmente, se esconde detrás de un rostro bello”. Ya tenemos al feo y al/los malo(s). Nos queda por saber quién es el bueno. Seguimos indecisos, pues.

Rivera y la otra ribera

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