Diana Aitchison, en Bomoble

La artista Diana Aitchison (Culross, Escocia, 1953), que expone grabados, acuarelas y dibujos, en el espacio de Bomoble de la Ciudad Vieja, recibió su formación en la Academia de Bellas Artes de Great Yarmouth (Norfolk) y en la Escuela de Arte Byam Shaw School de Londres, formación que completó luego en Amsterdam, Perugia y Bergerac. Actualmente, y desde hace años, asiste a los talleres de grabado de la Fundación CIEC de Betanzos, donde ha desenvuelto una gran maestría en las técnicas de la punta seca, el aguafuerte, el carborundum y la aguatinta, entre otras. 

Para sus creaciones se basa en la impronta del dibujo, del boceto rápido tomado de los lugares y de los seres que la inspiran, para luego someterlo a una reelaboración paciente y minuciosa, eliminando lo superfluo y dejando el pálpito emocional, la imagen sugerente y aproximándose, a veces, a un desdibujamiento cercano a la abstracción. Porque lo que ella quiere transmitir no es la realidad objetiva, sino el impacto evocador de un instante que se pierde en la flecha del tiempo. 

Así pues, todo su quehacer, que muestra un gran sentido lírico, da cuenta de ese fluido de la memoria, de esa inconstancia del recuerdo donde se van diluyendo  los lugares y las cosas que una vez la han impresionado. Dibuja o graba creando volúmenes con la mancha que da vida a formas que luego la línea y el rayado transforman  en colinas, en árboles, en bosques umbríos o en remansadas aguas de ría, como la de Betanzos que tanto la inspira. Aunque su temática es amplia y ha tratado con frecuencia la figura humana y animal, en este caso el protagonista es el paisaje, destacando sus grabados del Victoria Park, La Toscana y Salamanca, en los que recoge todo el misterio de la umbría, por medio de un emboscado claroscuro en el que priman los tonos oscuros, especialmente los terrosos y negros. 

En esta línea hay que destacar los grabados a punta seca que titula “Día” y “Noche”, donde por medio de un intrincado rayado crea dos espacios simbólicos, ya prácticamente abstractos, que  hablan de esas dos dimensiones ineludibles del universos humano, pero también pueden apuntar a la luz y a las sombras del alma humana. Y hay que decir que la de Diana vibra sin duda, con todos los acentos posibles de ese numinoso y cósmico sentimiento de luces indecisas, de brumas y lejanías y de feéricas insinuaciones que caracterizan el carácter celta. 

De Gales a Betanzos, de Santa Cruz a Norfolk, de Bastiagueiro a Aylsham, desarrolla ella así un visionario recorrido por lugares que, más que paisajes vividos, son ensueños  de una luz indecisa, desdibujadas e inquietantes presencias perdidas que se cruzan un instante en el misterio extraordinario del existir. 

Quizá por ello son sus pequeños bocetos y apuntes a la acuarela o al pastel los que mejor recogen y revelan toda la intensidad emocional y la impronta psíquica que deja en su ánimo un lugar y un momento irrepetibles. Lo que más nos conmueve de su obra es–como dijo Anne Heyvaert– “lo que nos deja ver entre sombras”.

Diana Aitchison, en Bomoble

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