EL HOMBRE QUE CONTABA LOS PECES

Siempre, cuando volvía de pescar, separaba el pescado en varios baldes, lo hacía por especies, los lavaba y los contaba. No me dijo por qué, solo que le gustaba hacerlo así. Le pregunté si los anotaba y me contestó con un conciso “claro”. No lo volví a ver más.
Luego me contaron que era muy particular y que solo llevaba a pescar a los que le caían bien. De esto me habían avisado antes de quedar con él para ir a pescar. Tienes que esperar a que te llame, me advirtieron.
Una vez en la barca fuimos a pescar cerca de la playa, a unos 200 metros de ella, enfrente de una rocas con aspecto de caracol convertido en piedra por haber cometido algún pecado en tiempos inmemoriales, él no sabía el pecado, pero sí sabía que era una señal para echar el rizón y fijar la barca y buscar la marca para las doncellas, los sargos, las robalizas, los pintos...
La primera advertencia, en los primeros momentos, fue que para el mar siempre había que llevar algo de comer y de beber; el mar siempre da hambre y puede haber algún desfallecimiento; eso se llama ser previsor. Pero yo no llevaba nada.
Las doncellas parecen árboles de Navidad, llenas de colores, pero no se sabe muy bien para qué valen; fue lo que más pescamos, aunque también hubo sargos y alguna maragota.
Después de lo de la comida pensé que ya no me llamaría más, que estaba condenado a vagar para siempre por tierra lejos de los aires marinos, de aquel vaivén adormecedor, de aquel incipiente mareo de primeras horas de la mañana.
Se me ocurrió que los pescados más feos son los más ricos. Nos movimos toda la mañana de una señal a otra, con una maestría del que ha labrado mucho esas aguas, del que le había encontrado su secreto.
El hombre que contaba los peces era muy meticuloso con sus cosas, con la limpieza, con el orden, sabía moverse en un espacio muy pequeño donde todo tenía sentido, cada cajón del barco guardaba el secreto de una buena pesca, de los aparejos, de una buena mañana, de una silenciosa compañía. Estoy esperando a ser el elegido de nuevo en su vasto mundo de matemáticas y soledad.

EL HOMBRE QUE CONTABA LOS PECES

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