La España injusta y desigual

Hace una semana, mi amiga y compañera Cristina López Schlichting entrevistaba a unas mujeres de etnia gitana, algunas de ellas analfabetas, pero que han interpretado en el teatro a Lorca y a Lope de Vega, con éxito. Cuando la periodista les preguntaba sobre la opinión de sus maridos, una de ellas respondió que su marido estaba en la cárcel. Siguió la entrevista y yo, contaminado por el prejuicio, pensé que estaría encarcelado a consecuencia de algún trapicheo con la droga. Me acuso de ser injusto y mal pensado. Al cabo de un tiempo, la gitana explicó que su marido era chatarrero y analfabeto como ella. Conducía bien, pero a causa de esta carencia no se había podido sacar el carnet. La primera vez que le pillaron sin carnet le pusieron una multa, pero a la segunda un juez lo envió a la cárcel. Un hombre honrado, que no roba, que no maltrata, que no trafica con drogas, que no estafa, pero que está en la cárcel por no saber leer, ni escribir. Y por cometer una falta administrativa.
Y, enseguida, estalló dentro de mí un enfado difuso contra esta sociedad en la que hay personas a las que la suerte les ha concedido, no ya la capacidad de leer y escribir, sino de estudiar en las mejores universidades, de aprender idiomas, y de crecer inmersas en un rico ambiente cultural, que roban, delinquen, engañan y estafan, y que envuelven su codicia y su ambición en la bandera de una región o en las siglas de un partido, y que están libres, mientras el honrado gitano está en la cárcel. Y es entonces cuando la pasividad de los jueces, y la cachaza del Gobierno, y la indiferencia de todos, me produce la molesta impresión de que vivo en un país injusto y desigual, en un país de mierda, aunque nos creamos en el primer mundo.

La España injusta y desigual

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