El fantasma de la abstención

Me encuentro entre quienes opinan que ir a unas nuevas elecciones no es el drama o el fastidio que algunos nos están intentado presentar. La democracia es así. Si se produce un bloqueo porque quien podría formar Gobierno no es capaz de allegar los apoyos necesarios, ¿qué otra salida cabe? Votar. Votar tras pensar muy bien a quién. Dicen los sociólogos que en España se vota más contra alguien que a favor de este o aquel partido o candidato. Puede ser, pero de ser así, dicha tendencia no invalida el valor de la participación. La democracia es un sistema que desde los tiempos precursores de Clístenes, en la Atenas clásica, tuvo presente la falta de virtud de los dirigentes políticos y que por tanto había que controlar su poder. Ahí hunden sus raíces dos de los pilares del sistema democrático. El voto de los ciudadanos y la separación de poderes. Que frente al bloqueo político que hemos padecido –inducido o inevitable, esa es otra cuestión– nos veamos abocados a volver a votar el próximo 10 de noviembre nos devuelve a los ciudadanos un poder de control sobre la acción política.

Está por ver que tras el recuento de la noche electoral los resultados confirmen la idea –transmitida por las encuestas– de que los resultados de los comicios van a dejar las cosas más o menos como están: con el PSOE como primera fuerza, el PP subiendo algo a costa de Vox y tanto Ciudadanos como Podemos retrocediendo. Faltan cuarenta días para que se abran las urnas y una campaña electoral que no por breve –una semana– dejará de ser intensa. Hay otro factor, el de la abstención, del que se habla mucho conectándolo con el desencanto que genera la política actual. Es un fantasma. A medida que se aproxime el día de las votaciones es muy probable que esa tendencia se vaya corrigiendo. Analizando la serie histórica se aprecia que en las elecciones legislativas la abstención rara vez ha sido superior al 30%. Cosa distinta son las municipales y europeas donde en el caso de las segundas en alguna convocatoria ha llegado hasta el 45%. Los españoles estamos en la media Europa. Incluso un poco por encima. Veremos en qué queda la cosa porque hay circunstancias –el caso de Cataluña y la sentencia del “procés”– que en una u otra dirección podría modificar la orientación del voto. Pero sólo en aquella comunidad. En el resto de España lo esperable es que la votación transcurra con monótona y tranquila normalidad. Un buen síntoma, muy propio, por lo demás, de los sistemas democráticos.

El fantasma de la abstención

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