Tierra, mar y hambre

Con el rotundo titulo de “Tierra, mar y hambre” Jano Muñoz presenta en Moretart su obra reciente, dos años después de su última muestra, un paréntesis en el que su pintura ha madurado y ha encontrado su acento personal y modulación poética, sin abandonar su interés por lo figurativo; pero la pincelada se ha vuelto ligera, el trazo acariciante y la entonación envolvente y atmosférica; de manera, que sus mares devienen ámbitos de misterio y la tierra, que –con excepción hecha de una vista de Nueva York y de Long Island–, no es otra que ciertos espacios urbanos de nuestra ciudad, un pasaje de saudosas deambulaciones por las huellas del tiempo y de la historia.

En cuanto al hambre quizá habría que entenderla en un sentido amplio, más que como hambruna física, como carencia y soledad de tanto pedigüeño y tanto personaje marginal que hoy inunda nuestras ciudades, y aparecería representada por el estupendo retrato que hace de uno de estos seres, en el cuadro “Un señor tocando la flauta”; la figura del barbudo músico sentado en el suelo, contra un fondo de grisalla, más que llamar a la lamentación, muestra toda la solemne dignidad que los románticos atribuían a los rebeldes, a los piratas, a los mendigos… y se empareja con la belleza marginal que buscaban nuestros clásicos del Barroco. Una dulce y casi mística luz se derrama sobre ese rostro dotado de singular nobleza, sobre esas manos enguantadas y sobre el instrumento que tañen.

Ninguno de los muchos poderosos que nos roban los sueños, además del dinero, podría aspirar a tal honor. Y la misma nobleza se presiente en el lector del cuadro Erudición, un solitario sentado en un banco callejero, sobre el que se derrama una luz quieta y asienada, una luz íntima y protectora que lo deja ensimismado contra la oscura noche. Jano había confesado que “aspiraba a alcanzar la técnica de los antiguos” y cada paso parece más cerca de conseguirlo, sobre todo de aproximarse al claroscuro barroco y a la velazqueña y aérea luz. Aéreas luces de gamas reducidas, en grises y sienas, transitan también sus cuadros de A Coruña, de la calles Bailén, de la Franja, de San Andrés, de La Marina, luces calladas que invitan al ensueño, al recogimiento, a la contemplación, que traen ecos del pasado y convierten la ciudad en un tránsito hacia una dimensión desconocida, la misma misteriosa dimensión de las arriesgadas navegaciones y heroicos marinos que evoca en “Viento oscuro”.

Tierra, mar y hambre

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