Allá por la noche de los tiempos, cuando era cantautor, Lluís Llach guardaba en la funda de la guitarra un palo al que él llamaba L’Estaca, con el que enardecía a multitudes. O era de buena madera, porque acabó en el desván cuando empezó a dedicarse a otras actividades –es viticultor y fue diputado independentista–, o le dio un tratamiento antipolilla fenomenal, porque la recuperó hace un par de años y amenazó con ella a los funcionarios catalanes advirtiéndoles de que morirían entre terribles sufrimientos si no apoyaban la desconexión. Tanto se metió en el papel de matón de la causa que, aunque renunció a su escaño, Torra lo colocó al frente de un invento denominado Debat Constituent. Ahora anda de bolos por Cataluña para debatir si la república necesita un ejército o hay que dar más poder a los Mossos d’Esquadra. Vamos, que lo que importa es L’Estaca, quién la esgrima es lo de menos. Mal futuro tienen los pacíficos CDR.