ADIÓS A JORGE PETEIRO

Este pasado jueves 21, de un febrero con los colores escondidos tras un velo de piadoso y atlántico gris, despedíamos al pintor de las alegrías del color y de las luminosidades del corazón; como a todos los elegidos, la diosa Tánatos quiso reclamarlo prontamente para sí, tal vez para que le ayude a policromar las nubes celestes y a derramar cuencos de coloreadas lluvias ante los ojos de nuestros niños presentes y futuros, tan necesitados de esperanzadora magia y de maestros sabios que los enseñen, los protejan y los cuiden amorosamente, en lugar de robarlos, como viene haciendo esta triste casta generacional.

No sabemos qué porción de sombra anidaba en el alma de Jorge Peteiro, ni que codiciosa parte del lado oscuro lo rondaba, pero sí podemos dar fe de la espléndida y gozosa profusión de luz que él derramó a raudales en sus cuadros y eso, a la hora del balance con el dios Anubis, el que pesa las almas, es lo que importa. Seguro que un Ave Fénix ligera alzó rauda su vuelo desde ese platillo de la justicia para donarle nuevas alas y nuevos y aún más frescos pinceles, si cabe, para la próxima vida.

De momento, podemos contemplar sus cuadros y ver avanzar sus graciosas olas en torno al castillo de San Antón y agitarse las espirales del viento nordés alrededor de la torre de Hércules y volar las otoñales hojas del carballo y las vieiras en el azul de códice con que rodeó a la catedral de Santiago. Y nos conmueve que haya podido conservar en su alma el candor y la inocencia del niño, para contarnos historias de cuentos de hadas, con delfines varados y encantados pueblitos marineros y peces que giran eternamente y árboles que aguardan eternamente; esa es su lección de bondad y su tesoro de inocencia, pues inocente –como tantas veces nos comen taba el gran pintor y maestro José María de Labra– viene del latín in nocens que significa no nocivo.

Ahora, ya su ser se mueve libre por los pórticos de la imaginación, entre aéreas y viajeras formas, tal vez entre los acordes de la música de Lluis Llach, con que su mujer, Beatriz García Trillo, decidió despedirlo. Nuestro adiós pretende también llevar algo de esa música entrañable y amorosa al lugar donde quiera que esté, para que sepa que no lo olvidamos y para rogarle que desde sus arcangélicas dimensiones nos siga incitando a la libertad expresiva.

ADIÓS A JORGE PETEIRO

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