ADELA

¡Adela, te quiero!, ¡Viva la República!”, gritaba uno al que iban a fusilar, cuando pasaba cerca de su casa, para que su mujer lo escuchase a las dos de la mañana en Santiago; a esa hora las piedras y el miedo son altavoces.
Esta frase la encuentro en el libro “Os que non morreron” de Xerardo Díaz Fernández. A veces, los presos no tenían ni fotografías y ponían todo su empeño en dejar una para la posteridad, una foto que venciese a la muerte; una foto es un desafío al futuro, un insulto a las balas. “Estamos cruxificados ante o tempo e o espacio”, sentenciaba otro.  
Tocar y abrir un legajo que contiene parte de la vida de un hombre o en el peor de los casos toda su vida, es como tocar a tus antepasados; pero leer la arbitrariedad con que se condenaba a muerte le pone a uno los pelos de punta. La Guerra Civil está larvada en nosotros, solo hace falta que un iluminado provoque un estado de excepción para que los rumores, las charlas, el eco de una calle, mate. Adela, Adela…

ADELA

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