Ánimas inquietas

El alma apolínea coruñesa ha corrido por la playa vacía en su intento de aprisionar un verano, particularmente seco y caluroso, que se le ha ido de las manos cuando se las prometía feliz. Sobre los arenales únicamente queda soledad, triste brisa azul, el fragor inmediato del mar  las olas que  despeinan risas en la orilla. La define desnudez total. Proporciones ideales. Canon de Policleto como ritmo armónico de la vida. Sensualidad topless paseando las dunas. La predestinación trágica de Edipo. Apolínea como la pintura barroca de Sotomayor que impone y define cuerpos de tipos gallegos.
Desde Spengler sabemos que comprender a La Coruña es poder estar a la altura de ella. Analizarla. Encontrar ese número matemático indagado por Ortega y Gasset entre la física fabril de otrora y la biología industrial de antaño. Y con el ocre otoñal, estación de frutos tardíos y lluvia de hojas caídas, adentrarse en el alma faústica herculina que busca los espacios infinitos de una urbe con prestación de servicio múltiples. Dinámica de Galileo. Enfrentamientos entre formación, cultura y turismo. Rurales de Lugrís, óleos de Alfonso Abelenda y los de ese navarro afincado en nuestras calles, Ventura Real y su mundo onírico. Luces y sombras que van tras esa ciudad soñada… Rumor de acantilado y tembloroso afán de Rosalía de Castro cuando moja sus dedos en la eternidad. Poemas que aluden a voluntades superadoras de cualquier obstáculo. “Negra sombra” que nos asombra y justifica. Y permanece al lado generación tras generación.
Mefistófeles y Fausto  escriben el futuro coruñés. Y la magia del pensamiento árabe. Dioses solitarios que exploran en lo extraordinario de su aislamiento por arrimar compañía. Aquella riqueza y actividad financiera que superaba la más inhóspita estación hacia cotas de progreso y bienestar.

Ánimas inquietas

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