Población

El descalabro de población sacude La Coruña. El último censo fija sus vecinos en 245.923 con pérdida de 223 individuos. Mientras, por otro lado, Sada y Arteijo medran, municipios como Irixoa, Paderne o Cesuras suman cifras negativas. Algo devastador camina sembrando desolación en lo padrones. Aquí subyace el flautista de Hamelin, aquel personaje embaucador que prometiera librar de ratas al pueblo a cambio de una bolsa de oro. El había cumplido lo prometido pero el político de turno –haciendo honor a sus raíces de falsos compromisos contractuales– incumplió lo acordado... Entonces, ustedes conocen la historia, el periflaútico desgarbado volvió a hacer sonar su dulzaina y tras sus sones mágicos marcharon todos los chiquillos del pueblo. Algo semejante nos sucede. Controlamos la natalidad, queremos disfrutar a mansalva, expendemos DNI de carpe diem, damos la espalda al sacrificio y el nefasto resultado deviene titular en nuestra primera página, cuando recuerdo familias coruñesas de otrora –los numerosos Ricoy, Cobianes, Hervada, García de Dios, Molezún y un largo etcétera donde me incluyo–. Todos alegres, apasionados y generosos.
Cierto que contra ellos había escrito en 1798 Malthus asegurando que los alimentos crecían en progresión aritmética y la población en geométrica con el hambre que ello llevaba aparejada. Pesimismo agorero repetido por sir Willian Crookes –año 1898– que volvió a darnos el coñazo pronosticando un horizonte de hambre, miseria y mortandad...
Afortunadamente nada de esto se ha cumplido. Pero nuestros problemas actuales se debaten en frentes muy distintos y no menos importantes. Hemos perdido el grano del bienestar –logros sociales conseguidos– y nos hemos quedado con la paja del irritante pero generalizado y juvenil, que sólo sirve como  cama de ganado. No obstante tenemos esperanza como el Alcoyano.

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