Quieren hacer historia

Y la harán, porque hay dos formas de hacer historia: aquella que te lleva a protagonizar acciones y gestas con reconocimiento social y transcendencia histórica y aquella otra que por desleal e innoble raya en el ridículo y ocupa un renglón esquinado más propio de cualquier antología del disparate. En esta segunda modalidad están inmersos los separatistas catalanes y algunos dirigentes nacionales que enterrados en el populismo más rancio y peligroso juegan a todo y a cualquier cosa por ocupar no se sabe bien qué papel en este sainete.
La historia está llena de hombres y mujeres que nunca buscaron ese protagonismo, han cumplido con sus obligaciones y han contribuido al desarrollo, el progreso o la paz social, pero nunca lo buscaron. Es más, es la Historia, con mayúsculas, la que les ha buscado a ellos para darles el lugar que les corresponde. Estos de ahora buscan un hueco que no tendrán más que para afearles su conducta. Quien no tiene un amigo gracioso, eso es un lujo porque en el humor y la gracia se esconde muchas veces una gran inteligencia.
Por el contrario, todos tenemos también amigos que buscan ser graciosos y esto es un enorme defecto que suele dejar en evidencia, por excesos, a su protagonista. No es lo mismo, que diría Alejandro Sanz ser que querer ser, es distinto. La mediocridad se ha instalado en la política y ha alcanzado cuotas de poder impensables desde el mundo inteligente. La campaña electoral catalana va a dejar claro el talento y el talante de muchos políticos y políticas que ocuparán los informativos. Como aperitivo ya vimos a la candidata de ERC en su debate con Inés Arrimadas. Su insolvencia intelectual y su desconocimiento de la realidad catalana fueron alarmantes.
De hecho, las encuestas ya castigan a su partido como consecuencia de su triste intervención. Puigdemont el fugado hace otro papelón desde Bruselas, donde se oculta de la justicia española y donde prepara su plagio a la estrategia de Ruiz Mateos, cuando este se entregó a la justicia el día de reflexión de aquellas elecciones europeas que le dieron dos escaños. No solo no respetan las leyes sino que juegan con ellas a su antojo y la lentitud en la aplicación de las leyes causa indignación en los ciudadanos que ven como la administración de justicia es implacable contra los “roba gallinas” pero se toma su tiempo con los poderosos. Ahí está el jefe del clan Pujol, sin el que nada de lo que sus hijos hicieron sería posible o el propio Urdangarin, que agota recursos para alargar su situación de libertad.
Podemos poner mil ejemplos de la laxitud de la justicia en algunos casos, pero hay una realidad que se impone y que recogía en un gran artículo mi buen amigo Juan Carlos Rodríguez Ibarra, expresidente de Extremadura: al final sí pasan las cosas y la justicia actúa, con lentitud, pero con contundencia y, salvo intervención política en los poderes Ejecutivo y Judicial, el que la hace, si lo pillan, lo acaba pagando. Eso deseamos los ciudadanos. Es posible que cuando este artículo esté en sus manos, el fugado haya movido ficha y nos haya regalado una nueva payasada. Da igual, él quiere ser gracioso, pero no lo es, quiere hacer historia, pero no la hará. Cataluña habla, pero la última palabra, la tendremos los españoles.

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