Las piscinas se quedan sin Tiburón

Las piscinas se quedan sin Tiburón
El título de 4x100 estilos, donde su posta fue clave, claro, es el epílogo dorado del más grande reuters



“¿Por qué no sigues cuatro años más?”, le preguntó Nathan Adrian, uno de sus compañeros del relevo 4x100 estilos, nada más asegurar el oro. No es un oro más, es el último de Michael Phelps, el quinto en Río, el número 23 para un total de 28 medallas en la historia olímpica de un héroe legendario.
El estadounidense soltó una carcajada y se abrazó a Ryan Murphy, Cody Miller y el propio Adrian. Luego se quedó solo y abrió los brazos para corresponder a un público entregado. La ovación acabó en lágrimas del Tiburón. La decisión está tomada: deja la piscina para siempre. “Estoy listo para retirarme”, declaró luego, sosegado, en paz consigo mismo. Ha culminado su obra. Una obra maestra.
La natación no se entiende ya sin Phelps. Sus inseparables cascos y el clásico albornoz en el ritual antes de nadar, el chasquido de sus brazos estirando más allá del límite en el poyete de salida, el dominio y la perfección del estilo, sea la mariposa, la espalda, la braza o el crol, sus remontadas bajo el agua…, todo esto forma parte de la historia de un ser extraordinario, único en su especie. No esperen nada parecido.
“No creo que vuelva a aparecer un Michael Phelps, ni en una ni en diez generaciones. La coordinación técnica, la disposición mental, una familia que apoyaba la natación, un gran club en el que nadar, una habilidad emocional para enchufarse en las grandes carreras y responder mejor bajo presión… No creo que podamos encontrar a otro igual. Encontraremos a mucha gente maravillosa, a una Katie Ledecky, a un Ryan Murphy…”, declaró Bob Bowman, entrenador del mito.
Precisamente Murphy abrió el relevo con un nuevo récord mundial de 100 espalda (51.85), un registro que Aaron Peirsol fijó en 2009 embutido en un bañador de plástico. Murphy hizo lo que parecía imposible, quizá motivado por la presencia de Phelps, por el aura a la última prueba de los Juegos en la piscina. No fue el único récord estratosférico. Adam Peaty situó a Gran Bretaña en cabeza con una posta de braza sencillamente legendaria, que empezó desde la sexta plaza. Paró el crono 56.59 –nadie había bajado nunca de 57–, más de medio segundo más rápido que su tope universal, aunque no compute por tratarse de una posta.
Phelps salió tercero y devolvió la primera plaza a USA en la mariposa, su estilo fuerte, y gracias a un viraje sublime. En la televisión se aprecia como el Tiburón echa una mirada a su izquierda y apura la batida para superar a James Guy. Adrian no desaprovechó la ventaja y cerró el relevo con nuevo récord olímpico: 3:27.95. Gran Bretaña se colgó la plata (3:29.24) y Australia el bronce (3:29.93).
La emocionada despedida, todavía mojado tras salir de la piscina, en el podio y ante los micrófonos, dio paso al nuevo Phelps, un ser humano tranquilo y redimido de sus pecados después de cuatro años difíciles, pero ya superados por completo: “Sé que en Londres también dije que no volvería y lo hice, pero ahora es definitivo, porque estoy mentalmente más preparado para ello. Entonces, no. No estaba contento por cómo habían ido algunas cosas y por eso volví después de 2012. Hoy todo es diferente. Quiero pasar más tiempo con mi hijo y con mi pareja. Estaré en Tokio, pero no para nadar”, indicó el Tiburón de Baltimore antes de sumergirse en la vida real, esta vez para siempre.

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