“No sé cómo no hay 20.000 novelas que se llamen así”

“No sé cómo no hay 20.000 novelas que se llamen así”
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La protagonista de su nueva entrega se llama Soledad Alegre. Fue cosa de su madre, que le puso Dolores a su hermana y las marcó de por vida. Rosa Montero llegó ayer a la Fundación Seoane con “La carne” (Alfaguara) debajo del brazo y la sensación de que no pudo encontrar mejor título para un libro, algo que siempre se le ocurre cuando lleva un tercio de la historia escrita: “No sé cómo no hay 20.000 novelas que se llamen así porque la carne nos aprisiona y nos mata, pero también es la que nos da la gloria de la pasión y la eternidad”.  
Así es que con la carne como base del nuevo potaje, Montero le dio forma a una tragicomedia porque de temas tristes se pasa a la alegría y las emociones se suben en montaña rusa y no se bajan hasta el final. A Soledad, le puso la condición de misógina: “Ella está llena de frustración con una vida muy difícil que va desvelando. Por eso, odia a todas las mujeres, por creer que siempre hay hierba más verde al otro lado de la valla”. 
También detesta a las escritoras como Rosa, que se cuela en el cuento. Soledad la pone verde y, de alguna forma, Montero se desnuda durante un rato con palabras: “Ella piensa, ‘pero esta que se cree con 60 y tatuajes y esa ropa de tiendas de adolescentes”. 
Ponerse en la piel de alguien tan opuesto a la autora le fascina porque ahí reside la magia de la escritura, en “desarrollar otras posibilidades del ser. Es algo tan hondo que es como los sueños. Los hay que son absurdos, pero que te llenan de emoción”. Coger la pluma es lo mismo, y mientras Rosa lo hace, “sueña con los ojos abiertos” para regalar pinceladas personales tanto en un libro autobiográfico como “El peso del corazón”, que hace protagonista a un androide. De la criatura que vino a presentar, se siente orgullosa por su originalidad, “es poco convencional” y su sorpresa: “Nadie sabe lo que va a pasar”. 
Con un personaje que define como personas normales a las otras que no son ella, asegura que, en realidad, no las hay: “Todos somos disidentes en distinto grado y no nos integramos dentro de la norma”. Es más, “los que parecen normales, suelen ser los más raros”, añade, para pasar al amor, que “puede ir parejo al daño” aunque no siempre. 
Entrando de primera en el ciclo “Letras de outono”, la madrileña sentencia que solo la carne hace “que salgas una mañana de invierno y que con un rayo de sol, digas: ‘¡qué maravilla!’”. Algo así como los efectos secundarios de su relato.

“No sé cómo no hay 20.000 novelas que se llamen así”

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