“Nosotros no somos una película ni vamos a representar una abadía”

“Nosotros no somos una película  ni vamos a representar una abadía”
Adrian Lastra. Cartel promocional de la obra "El Discurso del Rey". Teatro Español.

Por intuición y también a fuerza de técnica, el tartamudeo se aprende. Lo confirma un Adrián Lastra en el papel de Jorge VI, cuya voz tiembla diferente dependiendo del día y de la comida ingerida: “En Pamplona salió distinta  porque con nada que tomes picante o fuerte, la boca del estómago no se cierra”. Es entonces cuando el truco del diafragma no funciona.
Así que el tembleque sale de otra manera, afirma, pero “no pasa nada” cuando el personaje se construye desde dentro y lo que hablan son las entrañas: “En A Coruña me arriesgaré porque la comida es maravillosa y no puedo decirle que no”, comenta entre risas. 
El que hace de Pedro en la serie “Velvet” confiesa que son muchos los que se llevan un impacto inicial “cuando me ven tartamudeando”. Después, ellos mismos se dan cuenta y piensan: “No me tenía que haber reído” para aliarse con el monarca de muchas caras, tanto físicas como psicológicas al que “la gente entiende y quiere”. 
Buscar la empatía con la butaca es algo que intenta con todos los que le toca representar, “hasta con los malos”. Para hacerlo creíble, comenta que preparó a conciencia su pronunciación entrecortada, “pensando en cómo podía ser el bloqueo”. Jugó con la imaginación y tiró de sensaciones para hacer tándem con Roberto Álvarez, su logopeda y “un inconsciente” al no darse cuenta de lo que es capaz: “El otro día en Pamplona estuvo maravilloso, se lo dije y no tenía ni idea de cómo acababa de estar sobre el escenario”. 
El que protagoniza hoy y mañana a las ocho y media de la tarde el ciclo Princial del teatro Rosalía con “El discurso del Rey” habla de funciones redondas como las que resultan cuando el elenco se escucha y se mira: “Hay verdad en lo que se habla”. 
También es necesario un buen trabajo por parte del director, que aquí se consigue. De Magüi Mira destaca su valentía y atrevimiento porque “ofrece una puesta en escena muy sencilla con nada más que tres telones rojos, seis sillas y un trono”. 
Dice Lastra que “nosotros no somos una película ni vamos a representar una abadía, pero sí el contexto”. Y esa estampa primera en la que el rey aparece sin ropa simboliza, en realidad, toda la obra: “La función es en sí desnudez” y la suma de cientos de puntos de vista enriquecen el aplauso final junto al de la directora que pone sobre el tapete que “tú no eliges dónde naces, te ponen falda si eres mujer o te visten de rey”. 
Porque la imaginación es gratuita, los espectadores se dejan llevar. Les cuesta entender el tartamudeo, apunta, y socialmente “hay mucha discriminación”. Por eso, lo que le gusta es darle una vuelta a la tortilla para que esa gente tome conciencia y se ponga en la piel de los que sufren el problema.
Con un parón en la grabación de la serie que le permite respirar, Adrián se considera un afortunado que trabaja en cine, tele y teatro, “un medio donde lo que pasa en el escenario, pasa y ahí se queda”. Lastra explica que “las cagadas hay que disfrutarlas también y seguir para adelante” en un mundo de locos, en el que el equilibrio se consigue gracias a la contratación de un buen representante que ate cabos. 
Con eso y mucha paciencia se enfunda el traje de rey por la noche para regresar en marzo al universo de costureras, en un Madrid donde Lastra trata de aparcar. Suelta al móvil un segundo y continúa relatando lo bien que está cuando se está bien. 
Junto con Álvarez, y también con Ana Villa, Gabriel Garbisu, Lola Marceli y Ángel Savín, la primera vez que se sube esta historia a las tablas cuenta la fragilidad de un monarca que trata de entrar en los hogares ingleses en 1939, y, sobre todo, la amistad de dos hombres corrientes que luchan por la superación de un ser humano. 

“Nosotros no somos una película ni vamos a representar una abadía”

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