Libertad de expresión

Me entristecen los ataques de un periódico en la red dirigidos contra varios compañeros a los que sitúo en la cima del periodismo de investigación en España. Y ello, al margen de que quien los lanzase fuese una publicación ligada o no a una formación política, la de Pablo Iglesias, quien, en no pocas ocasiones, ha lanzado mensajes, a mi juicio erróneos sobre el papel que los medios, públicos y privados, deben jugar en la sociedad.


Esa publicación tiene tanto derecho a vivir como la que más; pero no a ‘robar’ cabeceras de otros, ni a difamar a algunos admirables compañeros. De la misma manera que pienso que no es justo criticar, desde posiciones de la derecha, a otro compañero porque, habiendo mantenido fielmente durante toda su vida profesional una ideología comunista, le inviten ahora a participar en una tertulia en la televisión pública. Estas peleas, que van más allá de lo mediático para adentrarse en el campo político, hacen gran daño al mejor concepto ‘liberal’ de la libertad de expresión. Ya decía Voltaire aquello, admirable, de ‘yo, que aborrezco las ideas de usted, daría la vida para que usted siga expresándolas libremente’. Porque lo que se atacan son actitudes políticas y también informaciones que molestan. Pero que nunca pueden desmentirse, como en el caso de los periodistas de investigación a los que al comienzo me refería, porque son noticias rigurosamente veraces. Lo mismo que no parece que puedan negarse las informaciones del diario El Mundo sobre el sueldo previsto en el contrato del futbolista Messi; y, sin embargo, tanto él como el club, el Barça, han amenazado con demandar a los autores de la información y al medio en la que se ha publicado.


Conviene regresar a la vieja máxima, atribuida, creo, en 1918 a lord Northcliffe, según la cual ‘noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique; lo demás es publicidad’. Lo olvidan Pablo Iglesias y muchos en Podemos en sus equivocados planteamientos sobre cuáles son los deberes de los periodistas; lo olvidan Messi y el Barça y lo olvidan, desde luego, los ‘estados mayores’ de ciertos partidos.


Gran sonrojo me produjo la insistencia de los candidatos independentistas en mantener exclusivamente el catalán para participar en un debate electoral ‘a nueve’ en Televisión Española . La televisión pública cumplía con su deber de servicio informativo a los catalanes y al resto de los españoles. Y lo lógico hubiera sido que los que, pese a las razonables peticiones del moderador, Xabier Fortes, se empecinaron en no utilizar el castellano, hubieran procedido muy de otro modo: si lo que querían era divulgar sus mensajes entre la opinión pública ¿por qué procurar limitar el alcance y la difusión del programa entre los telespectadores? Muy sencillo: porque la opinión pública, es decir, los ciudadanos, importan muy poco, tanto a esos políticos como a quienes se sienten, pongamos Messi, ya situados por encima del bien y del mal. Es preciso que los profesionales de los medios reivindiquemos nuevamente la transparencia, el respeto a la verdad y la facilidad para realizar nuestro trabajo en una época de ‘comisiones de las falsas noticias’, de censuras en las redes sociales y de desprecio por la labor, a veces heroica, de los medios de comunicación.


No quiero hacer un ‘totum revolutum’ entre los dislates en materia de comunicación de Iglesias y sus cercanos, los de Leo Messi y su ya casi ex club y los de los candidatos a la Generalitat Pere Aragonés, Laura Borrás y demás. Cargue, desde luego, cada cual con sus propias culpas, de distinta intensidad y voltaje. Pero la libertad de expresión contra la que se atenta es la misma en todos los casos.

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