Está al frente del Centro Galego de Artes da Imaxe (CGAI) desde 2007, una filmoteca que proyecta en analógico y sin doblajes. También busca y como busca, encuentra. La última es la del acorazado “España”, que se botó en Ferrol. Apareció en Francia y llevaba 20 años perdida. Aunque su sede está en Durán Loriga, proyectan regularmente en Vigo, Ourense y Lugo y tienen pensado hacerlo en Pontevedra. El 2019 vendrá con los mejores besos del cine, Hitchcock y una selección de cintas recuperadas de Navantia. El mundo no es lo que era y el público lo puede ver aquí. De martes a sábado.
¿Cómo acaban el año en el CGAI?
Con un ciclo de gastronomía gallega con motivo del centenario de Picadillo, que además de alcalde fue gastrónomo, el mejor del siglo pasado. Así que pasaremos del 18 al 19 un documental sobre él, los nuevos cocineros y también proyectaremos uno del lúpulo gallego que había en la zona de Betanzos, de la Sociedad de Fomento de Lúpulo.
¿Y cómo se presenta 2019?
El 9 de enero presentaremos el libro sobre besos de cine de César Antonio Molina, que acompañaremos con un ciclo para el que seleccionamos entre diez y quince películas con los mejores besos como el de “Encadenados”, de Hitchcock.
¿Algún material recientemente restaurado?
Presentaremos una colección de películas restauradas que nos cedió Navantia de Ferrol en los próximos dos meses. Además de botaduras, se pueden ver sus métodos de trabajo y cómo avanzó el mundo de la construcción naval, que a su vez estaba muy relacionado con el cine. Date cuenta que la primera película que se rodó en Galicia fue en Ferrol, en 1.897, sobre una botadura. El cine llevaba existiendo un año y no se conserva, pero tenemos referencias de dónde se proyectó. La vinieron a rodar unos portugueses, que eran los representantes de los hermanos Lumière en Oporto. Además, las dos primeras que sí se guardan son de botaduras. Está la del “Alfonso XIII”, de 1.913, que ya se presentó, y la del “España”, de 1.912, que es nueva. La hemos encontrado hace unos meses en un archivo francés. No se sabía lo que era porque estaba clasificada como “Botadura en España”, en vez, “del España”, y nos dimos cuenta porque teníamos conocimiento del barco. La cinta estuvo 20 años por ahí perdida.
¿Cómo es el proceso? ¿Aparecen y les llaman o siguen el rastro de las pelis?
Somos como cazadores detrás de las presas y buscamos porque solo encuentra el que busca. Con la de la “Botadura del Acorazado Alfonso XIII” pasó que yo era muy amigo de Torrente Ballester y un día me comentó que recordaba que de niño fue a ver una botadura donde había una cámara grande que le llamó mucho la atención. Le impresionó y pensé que tenía que haber una peli, así que la empecé a buscar y resulta que tenían una copia las hijas del ministro.
¿La vio el escritor?
Sí, se la llegué a poner y lloró. Otras veces las películas nos vienen de particulares, que nos las depositan porque quieren la copia en digital. Es una manera de quedarnos con el original. Cada vez es más difícil porque es un proceso fotoquímico que se acaba destruyendo y quemando. Los especialistas en cine dicen que solo se recuperó el 10% del cine que se rodó. De lo último, recibimos material de un magistrado de Pontevedra, interesante por los temas que son de pesca y caza. Hace poco nos llegó la peli de un espía que rodaba desde un coche otros coches. Apenas son 20 segundos. La mayoría son bodas, bautizos y comuniones, pero en medio puede salir algo.
¿Cuáles son los ciclos que nunca fallan y cómo es el perfil del espectador que va al CGAI?
Lo que tiene éxito es el cine clásico y las películas restauradas. Hay un público cinéfilo que no falla, son entre 30 y 40 y otros que vienen en función del ciclo. La media está en los 40 años, pero después viene mucho la Tercera Edad y gente que está aprendiendo idiomas. Estamos en contacto con instituciones que nos preguntan cuándo echaremos pelis en este y en este otro idioma.
Hace unos años se cuestionó el traslado de la sede por falta de espacio. ¿Cómo está ese tema?
La Xunta nos facilitó un almacén para guardar las de 35 milímetros y con la digitalización, las películas dejaron de pesar 25 kilos a 30 gramos. No estamos muy holgados, pero sí muy céntricos.