Un chabolista quema su vivienda en protesta por seis nuevas demoliciones en la zona de Penamoa

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  Abel peña > a coruña

  “Penamoa ya no existe”, dijo Pedro Romero, uno de los chabolistas del poblado minutos antes de que derribaran su infravivienda y unos momentos antes de que decidiera prenderle fuego él mismo en protesta. Se lo dijo a Ana Oreiro, la portavoz de la plataforma Ventorrillo Desmantelamiento Penamoa, que le replicó que “en cierta forma, sí, pero esto no acabará mientras queden chabolas”. De todos modos, si el fin no es una realidad, si está más cerca, porque las autoridades dieron un paso más ayer al derribar no sólo la  vivienda de Romero, sino también  otras cinco, que acabaron reducidas a escombros bajo los golpes de la pala excavadora.  
Sólo dos de ellas estaban habitadas, otras, como la del propio Romero, eran utilizadas de forma habitual aunque sus dueños tengan otra vivienda. A pesar de ello, sentían que habían sido engañados por los Servicios Sociales del Ayuntamiento porque no habían podido participar en el Plan Especial de Integración, y los técnicos municipales tuvieron motivos para agradecer la fuerte presencia de la Policía Nacional, aunque esta vez no lucieran equipo antidisturbios.
“¡Perra! ¡Eres una perra!” gritaban tanto Romero como José Ramírez, otro de los afectados por las demoliciones. Ambos consideraban que el técnico en cuestión era el responsable de que no les hubieran otorgado una ayuda de 40.000 euros para la vivienda, pero no pudieron superar la barrera que formaban los agentes de la Policía Nacional. Fue entonces cuando Romero decidió entrar en la infravivienda y prenderle fuego a una cómoda que allí había. En un momento dado, hizo ademán de entrar en la chabola “ a buscar mis cosas”, pero los policías se lo impidieron. “¿Qué vas hacer ahí? ¡Si no tienes nada dentro!”, le rebatió una mujer que lucía en el tobillo derecho una pulsera electrónica de localización.  

Uralita > Fue el único momento de cierta tensión que se vivió durante toda la mañana, cuando tuvieron lugar las demoliciones. La primera infravivienda fue la conocida como “la de los portugueses”, que los vecinos señalaban como un importante punto de venta de droga. Hacía unas semanas, se había declarado allí un incendio que había reducido la edificación a unos escombros calcinados, pero sus habitantes la habían reconstruido en tan sólo unos días para  derrumbarse ayer de nuevo, esta vez sin que sus ocupantes estuvieran presentes. Cuando la demolición terminó, técnicos de una empresa especializada se encargaron de retirar y envolver en plástico la uralita para llevársela poco después.
Era la primera vez que durante la demolición se respetaba la ley que obliga a la retirada de las uralitas por parte de una empresa especializada para evitar que su contenido en amianto potencialmente cancerígeno se esparza por el entorno. El gobierno local había sido muy criticado por este motivo, tanto por los mismos chabolistas como por los vecinos, además de la ONG Arquitectos sen Fronteiras, que había interpuesto una denuncia.
El mismo procedimiento se siguió a la hora de derribar las otras cinco infraviviendas (dos de ellas pertenecían a Pedro Romero), aunque en la última en caer, la única de dos pisos de todo el poblado, colaboraron los bomberos que habían acudido a apagar el fuego para regar la uralita del techo y evitar que levantara polvo al desplomarse. Desde el otro lado de la Tercera Ronda, los residentes de las últimas diez casas ocupadas de Penamoa, contemplaban –e insultaban– a los encargados de las demoliciones.


 

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