Llegó a París en la cresta de la ola del modernismo. Se hizo oyente en la Sorbona hasta que en la Universidad le aconsejaron que se presentara a los exámenes de asistente de profesor. Los superó y esto le permitió viajar por el mundo y de Perugia saltó a Canadá con A Coruña como epicentro de sus emociones: “Ella es mi biogénesis, con su olor a mar y la aurora. Tuve la suerte de vivir allí al lado de una madre valiente y guapísima, muy activa como sois las celtas”.
Hoy presenta “La convulsión” (Éride ediciones), donde le da forma al relato de una sensibilidad “ilegal”, que “en ocasiones recuerda las reflexiones de un cerebro escindido”. Y es que la crítica va pegada a él y se enciende con la realidad de un sistema donde se ha pasado del machismo al “hembrismo” para constatar que es igual. No hay diferencia. En la novela, la parte de locura-lucidez tiene más peso en la balanza que la de artista en un estilo que se acerca a lo “a-literario”, según reza el encabezamiento. Madín Rodríguez cuenta su vinculación con la ciudad.
Su árbol genealógico se detiene en su abuelo materno, Antonio Viñes Gilment, que fue presidente de la Cocina Económica y decano del Colegio de Notarios, además de socio y conferenciante activo del Circo de Artesanos. Por su parte, en otra rama del vegetal se instala un tío abuelo, José Viñes, que fue alcalde. Aunque marchó con siete años lejos de Riazor, el autor regresa de forma periódica. De hecho, en sus últimas visitas repartió ejemplares de sus publicaciones en distintas bibliotecas y entidades de la ciudad porque su fin último es llegar a los jóvenes coruñeses y compartir su puesta en común.
Por si esto fuera poco, Madín se hace eco de la historia particular de otro tío abuelo de nombre José y apellidos Martínez Urioste, que fue cuñado de Viñes, el notario. Urioste fue delantero del Deportivo al poco de arrancar, en 1908, cuando los profesionales solo afilaban su puntería y la imagen quedaba únicamente sobre el terreno de juego y se ceñía al plano futbolístico.
De él, recuerda las lesiones que padeció en una vida corta y que Madín recuerda como sacrificada por el balompié. En “La convulsión”, un personaje que tiene mucho de él va creciendo a medida que pasan las páginas y a golpe de impresiones. Las que le producen el hecho de descubrir la capital francesa. De la narración a la casi poesía, el tono desnuda al protagonista según va sumando episodios.