Sobre un hombre de ojos negros como un toro que ella nunca vio parpadear

Sobre un hombre de ojos negros como  un toro que ella nunca vio parpadear

Lucía Bosé confesaba ayer en la UIMP que Picasso apenas nombraba Galicia en sus conversaciones. Quizás porque no hizo nunca mucho por él. La encargada de poner sobre la mesa a la señora amistad en el curso que la universidad internacional le dedica al genio señaló que es ahora cuando este trozo del mapa se empieza a concienciar del paso del artista por una ciudad donde su padre le regaló un caballete y él se puso a pintar. Siete meses antes de que el pequeño Picasso vuelva simbólicamente en forma de obras con la exposición “El primer Picasso. A Coruña: 1891-1895”, su amiga y para algunos su última musa aseguraba que Galicia no vio a Picasso.
De la ciudad, Bosé guarda retales. De cuando su exmarido Luis Miguel Dominguín tomó la alternativa a mediados de siglo y aunque a ella no le gustan los toros, les tiene un gran respeto. Nada que ver con la pasión que levantaban en Picasso.
Ellos fueron la disculpa, el punto de conexión entre ambos cuando ya casada con el torero, Pablo pidió verla con motivo del viaje de Dominguín a Burdeos. La mujer de pelo azul afirma que desde entonces se hicieron amigos. De los que charlan de las cosas que pasan y de la vida: “Él sabía más que yo sin vivir en España”. Un tú a tú, en el que Bosé no trataba a Picasso como el gran genio que era.
Lo veía distinto aunque “él era un genio, yo no. Lucía Bosé dice con los años ser española “a la fuerza”, a donde llegó “por amor”, sin llegar a desvelar si el autor del “Guernica” es su favorito o tiene a otro en el tintero: “Aunque lo haya no lo diría”. La italiana recordaba la personalidad del creador, “muy arrolladora”, y sus “ojos de toro, negros”, que nunca vio parpadear.
Ahora que la cultura en España es un “desastre”, Bosé se lamenta de que no haya ningún interés ni se fomente: “Es una pena”, insiste. Para recordar una época dorada de la movida cultural” que ha dado paso a “la movida de la litrona, en la que todos están borrachos”.
Ella prefiere quedarse en su pequeño mundo en el que prescinde de “la mecánica” y donde el primer mandamiento habla de odio eterno al teléfono.

Sobre un hombre de ojos negros como un toro que ella nunca vio parpadear

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