No todo vale

Lo bueno de la democracia es que no da pie a errores. El pueblo decide libremente quién quiere que gobierne de entre todos los partidos que concurren a unas elecciones. Aunque demasiadas veces, desde los partidos caemos en la amarga tentación de consolarnos asegurando que “la gente se equivoca”. No. “La gente” –como si los de las listas de un partido político no lo fuésemos–, “la gente”, insisto, no requiere de la tutela de los partidos a la hora de decidir.  “La gente”, los ciudadanos y ciudadanas libres y soberanos, votamos en libertad y depositamos nuestra confianza en el partido que mejor recoge nuestros anhelos, pero también quien mejor refleja nuestros miedos y frustraciones. No necesitamos paternalismo, sino mensajes claros con credibilidad.

La pasada semana los andaluces votaron libremente, y el resultado tiene varias lecturas, todas necesitadas de un análisis sosegado. De los cinco grandes actores tres han resultado perdedores: el PSOE, responsable del gobierno andaluz en los últimos 36 años, ha perdido el favor del electorado y los socialistas tendremos que hacer una profunda reflexión sin buscar respuestas simplistas.

La coalición Adelante Andalucía, que en las anteriores autonómicas demostró un empuje importante, ha perdido fuelle y comienza a sufrir el lógico desgaste de las formaciones populistas, con su promesa de soluciones sencillas a problemas complejos, que generan desencanto tan rápido como antes generaron ilusión. El PP ha obtenido sus peores resultados en décadas, aunque hayan decidido vender como un triunfo lo que no es más que otra derrota, aún más estrepitosa, ante una ciudadanía que nunca les ha otorgado su confianza. Por eso resulta tan chocante ver a sus líderes anticipar, la misma noche electoral, su llegada al gobierno andaluz sin que en esta ocasión les preocupe que el partido más votado, el PSOE, sea desalojado por un “gobierno vinculado a la extrema derecha”.

Todo lo anterior merece una reflexión profunda. Pero aún merece un análisis más intenso que Vox, una formación de ultraderecha, antifeminista y xenófoba haya conseguido, por primera vez, entrar en un parlamento democrático. Y nada menos que con 12 diputados. ¿Qué ha llevado a los  andaluces a depositar su confianza en un partido que supone, en su filosofía y en su programa, un retroceso tan evidente de los derechos adquiridos? Por mucho que duela, a los demócratas nos toca analizar en qué hemos fallado, qué errores hemos cometido en nuestras propuestas, nuestros gobiernos, nuestra práctica política y nuestros mensajes, que han llevado a un número nada desdeñable de andaluces –400.000 nada menos– a dar su apoyo a una formación que ha sido felicitada por la mismísima Marine Le Pen y por un dirigente del Ku Klux Klan.

Tanto PP como Ciudadanos deberán demostrar ahora su altura y responsabilidad democrática. No todo vale para llegar al poder y, si es cierto que los pactos y las negociaciones son la esencia de la política, no es menos cierto que hay que saber elegir muy bien los compañeros de viaje. Un partido que considera que la lucha feminista no es necesaria, que no reconoce los derechos de los inmigrantes, que quiere dinamitar el estado autonómico, como Vox, no merece la confianza de los que nos consideramos partidos democráticos.

No todo vale

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